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¿Qué significa debate?

Atole con el dedo

  
Un combate con esgrima. Adolf Ladurner (1827) "A Fencing Scene".

Nota publicada el 13 de mayo de 2016
por Manuel Sánchez

El pasado 12 de mayo el Instituto Estatal Electoral de Baja California organizó el primer debate entre los contendientes por la presidencia del municipio de Ensenada. El debate se puede ver en el siguiente enlace. Inicia en el minuto 12:50.

Es de esperar que en las contiendas electorales se presenten estos “debates entre candidatos”. Esta práctica se ha realizado desde hace cientos de años, remontándose incluso a antes de la instalación de las ideas que la invocaron, como son los conceptos de democracia y ciudadanía. Y es que en términos generales, la actividad de presentar de manera oral y ordenada argumentos a favor y en contra sobre un tema, con la intención de persuadir en la decisión de otros, es algo rastreable incluso hasta los consejos de ancianos y adultos en la prehistoria.

Sin lugar a dudas, esta definición general no se manifiesta en los debates políticos. Es lógico: lo que entendemos hoy en día como debate es distinto a la antigüedad, sencillamente porque vivimos en una sociedad distinta. Es normal el cambio, en una matriz de conceptos que resignifican y permiten la evolución de los términos.

El problema está en que, lo que vemos en cada elección en nuestra comunidad podrá ser clasificado de muchas maneras, pero de algo parecido a debate... pues ha tenido muy poco que ver, véase desde donde sea vea.

Elecciones, democracia, ciudadanía, participación, información, entre otra serie de términos, tienen significado propio gracias al significado de los conceptos a su alrededor. El debate, desde la manera en que se creaba en la antigüedad, pasando por griegos, romanos, ágoras y academias, se ha transformado y es adoptado en nuestra sociedad “democrática” como un requisito obligatorio y hasta esperado en el proceso de elegir de manera consciente y razonada a nuestros gobernantes.

La primera diferencia crucial entre los significados del debate político y el debate, llamémosle, “racional –definición con la que empecé esta columna–, está en su etimología. La palabra que comparten proviene del latín debattuere, que significa “discusión, golpe”. No por casualidad podemos detectar en su raíz batir, de donde se flexionan palabras como combate o de donde emerge, de manera muy transparente, el verbo batir. Otras acepciones las podemos ver ilustradas en palabras relacionados con la repetición, tanto de un golpe como de los objetos (batería, batería de cocina, etc.).

¿El formato de debate presentado hasta este momento en las elecciones mexicanas permite el enfrentamiento de ideas? La respuesta es sencilla y rápida: NO. El moderador plantea una pregunta que desencadena una serie de “monólogos” interrumpidos por otros monólogos. Tomemos como ejemplo el debate que sucedió el 12 de mayo. En el minuto 35:47 se plantea la pregunta “¿Qué opina de la paridad de género y qué propuestas impulsaría para garantizar su aplicada adecuación en el congreso del estado y en el resto de la administración pública?”. Las respuestas versaron masomenos de la siguiente manera:

    En el minuto 37 la candidata asoma un tema controversial –las consecuencias de la transformación del rol tradicional de la mujer–, pero se retracta. Da su opinión pero no establece propuestas concretas.

    En el minuto 38 el candidato inicia con un caso que podía haber tenido una réplica, y desembocar en posible debate. No la tuvo. El candidato da su opinión, pero no establece propuestas concretas.

    En el minuto 40 el candidato habla sobre la discriminación. Tema que bordea la pregunta pero no de manera central. No realiza réplica al comentario anterior ni tampoco expone controversia.

    En el minuto 42 el candidato da su opinión, pero no establece propuestas concretas.

    En el minuto 43 (es enserio…) se lee la respuesta. Y deja ir 1 minuto y 22 segundos de tiempo para exposición.

    En el minuto 44, otra candidata que lee.

    En el minuto 46, el candidato responde a la pregunta, da opinión y plantea una propuesta. Es de hecho, de los pocos que responde a la pregunta, aunque, como la mayoría, no plantea tema a discutir.

    En el minuto 48, el candidato es quien tendría posibilidad de responder a la réplica propuesta por el candidato del minuto 38, pero tampoco lo hizo. No lo hizo porque leía su respuesta.

    En el minuto 49, también responde a la pregunta, pero no plantea tema a discutir.

    En el minuto 51, aunque no responde a la pregunta, retoma la discusión planteada por el candidato del minuto 38. Lamentablemente, quienes pudieron responderle ya no tenían tiempo, aunque podrían haber utilizado el tiempo del siguiente bloque.

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Alrededor de 1:02:10, como que se quisiera iniciar algún tipo de debate, por lo menos anima una especie de diálogo. En lo que se refiere a los 20 minutos restantes, prácticamente hacen lo mismo, leen y ningún tiempo se usa para replicar.

Estaremos de acuerdo en que esto no es una contienda de temas. Y es que apenas y se acerca a una exposición coherente de ideas. ¿Qué se está discutiendo? Tampoco hay que acusar a los oradores, la pregunta por sí misma está mal planteada. Se presta para adoptar en su lugar, otra pregunta más cómoda que, con motivos electorales, es un regalo: ¿está usted de acuerdo con la equidad de género? Nadie en su sano juicio respondería “no” en un debate político. Pero esa no fue la pregunta.

Replanteemos: estamos de acuerdo en que el debate político (a diferencia del debate racional) no pretende poner a los oradores a combatir sobre una idea, sino se reduce a generar un espacio en donde se puedan mostrar las habilidades de cada orador para acceder a información sobre distintos temas. A parte, permite distinguir la capacidad de crear coherencia entre lo dicho y la propia postura ideológica del candidato con la cual (supuestamente) ha comulgado durante la campaña.

Los temas de los debates políticos están orientados desde la moderación, en los cuales todos (o casi todos) los candidatos tienen la misma postura. Estos no desean generar controversia, sino verse “socialmente correctos”. La controversia trata usualmente de llevarse a otros terrenos, a apuntar errores administrativos generales o destapar asuntos personales. En todo caso, las exposiciones no llegan a ser demostraciones de suficiencia retórica. A lo mucho, dejan ver las aptitudes de los oradores para distinguir en qué aspecto de la idea presentada están a favor o en contra, y en qué aspecto su postura es distinta a la de los otros contendientes.

Lamentablemente, en un intento por querer estar de acuerdo con todo mundo, terminan por decir nada. Nos recuerdan las exposiciones de los primeros semestres de universidad en donde el pánico escénico se tropezaba con nuestra lengua. Entiendo que no todos son oradores profesionales, pero lo invito a verlo de esta manera: la expresión clara de ideas no está peleada con ningún, oficio, profesión o nivel socioeconómico –la incapacidad de hacerlo, tampoco.

Ellos pretenden ser el próximo líder de nuestra ciudad, me gustaría que pudieran responder claramente a las preguntas que les plantean –y les plantearan– ciudadanos y periodistas. Si otros 9 candidatos, un par de reflectores y cámaras pueden causar semejante tropiezo articulatorio, ¿qué pasará cuando tengan que discutir y negociar nuestras necesidades frente al gobierno estatal, federal, y dependencias internacionales?

En una sociedad cada vez más conectada, con el mar de información que tenemos, podemos estar mejor preparados para leer los debates políticos. Poco a poco se le ha otorgado mayor atención a estos actos en México, esto evidenciado con los despuntes de televisores sintonizados en los debates entre candidatos presidenciales del 2012. Televisa y TV Azteca no tuvieron más remedio que aceptar que un evento de ese tipo puede generar tanto raiting como un partido de futbol. Actividades que no están peleadas, como no lo están las verduras con la carne.

En otro momento abordaré dos aspectos que me parecen necesarios recuperar: los debates en nuestra vecina nación Estados Unidos, y la educación sobre lo que es un debate en las escuelas, especialmente, sobre lo que se entiende en México por “réplica”. Queda por preguntar, ¿cómo deberían ser los debates políticos? ¿Qué falta, qué sobra? Es un tema que nos compete a todos, espero sus comentarios.

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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