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Cultura de la democracia

Elecciones y comunidad ensenadense

  
Nota publicada el 4 de junio de 2016
por Manuel Sánchez

Somos muchos. Sólo en la ciudad de Ensenada estamos cerca de llegar al medio millón de habitantes. Medio millón de almas, con sus aspiraciones, expectativas, sueños, culpas y traumas. De muchas edades distintas, y muchas clases distintas. Un grupo de personas que de alguna manera se ha logrado llamar comunidad. Pero seamos sinceros, apenas y conocemos al vecino. Nuestras relaciones se limitan a los amigos de la escuela, del trabajo, de juego, algunos familiares y nada más. Estas relaciones se establecen por muchas razones pero muy pocas tienen que ver con el hacer comunidad. Son contadas las asociaciones civiles sin fines de lucro, son contados los ensenadenses que participan en actividades de pura beneficencia social. En acciones que tienen la intención, conscientemente, de dejar algo a la comunidad. Por lo que el “servicio social” está descartado, eso es una obligación de muchos institutos. La clase de beneficencia a la que me refiero es aquella que genuinamente pretende regalar tiempo y esfuerzo para que algo de nuestra comunidad mejore.

Pero esto es difícil de lograr. Para esto se necesita, antes que nada, una aspiración: ¿cómo me gustaría que fuera mi comunidad? Esta es una reflexión no hecha. Por alguna razón creemos que no tiene sentido; que no vale la pena esforzarnos por soñar una comunidad. Por muchas razones: porque no soy el idóneo, porque mi idea nunca se realizará, porque ya hay quien lo piense, porque ya hay quien arrebate esas decisiones. Se te tiene prohibido soñar cómo te gustaría que fuera Ensenada, tanto por los de arriba, como por los de abajo y, principalmente, por ti mismo. Tal vez eso es lo peor: tú sólo te has impedido imaginarte, hacer ese primer esfuerzo de visualización, de cómo te gustaría ver tu Ensenada ideal.

Y también tiene otro problema, otra reflexión no hecha ¿porqué pensar la comunidad si es mejor pensarme sólo, sólo y a los míos, y a nadie más? Como diría Paco Taibo II “es la mayor trampa para elefantes jamás hecha”.

No es muy extraño: nuestra idea de hacer comunidad apenas y tiene que ver (contradictoriamente) con hacer comunidad. Lo que queremos es que el vecino no se meta en nuestra vida. Sacrificamos comunicación para ganar privacidad. Y en algunos casos, no faltan los comentarios, revelando una profunda ignorancia, de que “en mi casa hago todo lo que quiera”.

No, no puedes hacer todo lo que quieras.

No existe individuo sin sociedad.

Se puede justificar este comportamiento diciendo que nuestra sociedad ya es muy compleja para intervenir directamente en ella. No hay tiempo ni recursos morales, espirituales o intelectuales para que un integrante de nuestra comunidad tenga la capacidad de dimensionar las extensiones de la misma.

Con esto, llegamos la pregunta incómoda: con este trasfondo ¿existe algo llamado democracia?

No. Por lo menos, no de la manera en que se pensó originalmente. En aquella periferia Ática (por allá de la Grecia Antigua) se pensaba la democracia como la posibilidad de que la población, que no llegaba al medio millón de habitantes, se pusiera de acuerdo entre ella misma para dirigir su destino. No era necesario un rey o comandante supremo, sólo la disposición de los ciudadanos para participar. El primer problema es que no todos eran ciudadanos. Sólo aquellos con cierta posición económica y además, sólo hombres. Por lo que la “democracia” de aquel entonces se concentraba en un grupo relativamente pequeño de personas.

La diferencia es que ahora todos se dicen ciudadanos. Tener una credencial para votar te hace, milagrosamente, después de las 12:00 de la noche de tu dieciochoavo cumpleaños, un ciudadano competente y reflexivo.

Ajá. Claro que no.

Aunque si bien la categoría se ha podido extender a otros niveles socioeconómicos así como el derecho de las mujeres a votar, nadie está realmente preparado para tomar decisiones políticas. Lo peor, se cree que estas decisiones sólo competen un día cada 3 o 6 años.

Tendríamos que revalorar el término. Y es que un ciudadano no es alguien que sólo sale a votar; es alguien políticamente activo. Esto no significa que se alguien que milite en un partido. Sólo es necesario que esa persona se preocupe por la vida en comunidad, como por ejemplo, entre otras cosas, evitar la corrupción.

Pero… entre más lo pienso, más me parece que estamos lejos de un ideal así.

Me muevo en transporte público, y tengo la buena o mala suerte de conocer el transporte público de otras ciudades de México y el mundo. Comulgo con los que dicen que el transporte público en Ensenada está mal. Los choferes no reciben el suficiente castigo de seguridad pública y el gobierno municipal, y las concesiones están podridas, enredadas entre partidos y beneficios personales. El transporte que tenemos en Ensenada no es público. Está apoderado por unos cuantos que han bajado la calidad del servicio a niveles casi infrahumanos para garantizar algún tipo de ganancia. El transporte público no debería verse como un negocio. Si así lo fuera, se abre la concesión y ahí sí, que el libre mercado elija. Empresas como Uber, por ejemplo, establecen el nivel que podría tener un servicio de transporte (ojo, no es público, es privado) en cuanto a la calidad y, sobre todo, el precio.

Si, el servicio de transporte público de Ensenada es un asco.

Pero nada es tan malo como sus usuarios. No es que los usuarios no exijan un transporte digno (que realmente no lo hacen) sino que permiten que sucedan ciertas prácticas. Acelerar en ciertos momentos, bajarse cada 5 metros, enojarse si el camión no se para cuando en realidad no estás en el punto correcto. Enojarse si el camión no te bajó exactamente donde tú querías, sino que te bajó donde debe ser. No cooperar dentro del mismo camión para tener un viaje tranquilo y cómodo (dentro de lo que cabe). Esto incluye la música a todo volumen de los celulares o el hecho de que la gente no sabe qué significa “hacerse más para atrás”. Si, el servicio de transporte público de Ensenada es un asco, los choferes son unos groseros y blablabla. Ahora, ya que terminamos de despotricar contra el villano, ¿veremos que también nosotros tenemos algo de culpa?

Este problema del transporte público es un reflejo de nuestra incapacidad de pensar en comunidad. Y es que, la democracia que tenemos es esencialmente representativa. Cuando dicen que los gobernantes son unos trácalas, se aprovechan de lo que pueden y hacen ganancias a costilla del pueblo; que son unos seres que no piensan en comunidad, bueno… es que, ¿a qué sector de la población están representando? ¿A la mayoría? ¿A la señora que deja orinar a su hijo en la vía pública? ¿Al señor que no da el paso a los peatones? ¿Al que tira la lata de basura arriba del techo de una casa? ¿Al que raya o corta los sillones de los microbuses? ¿No es acaso representante del que no le importa entregar un trabajo mediocre en la universidad?, porque finalmente “¿ya qué?”.

Ojo, no por esto digo que los gobernantes están libres de toda culpa. Para nada. Pero la democracia no se construye sólo desde la clase política, se construye desde la necesaria reflexión y participación de cada uno de nosotros en el cómo puedo, con mis acciones, con mi existencia en esta ciudad, hacer que la vida sea un poco mejor para todos.

Mañana son las elecciones, e iré a votar con la plena consciencia de que ese voto no me garantiza un mesías ni un pequeño bono ni trabajo los próximos tres años. Pienso votar tratando de elegir a quien me permita hacer mi trabajo; al que me permita hacer contribuciones a mi comunidad desde donde estoy. El que por lo menos no me va a desanimar con sus acciones. A diferencia de otros años en los que anulaba mi voto, esta vez saldré a votar por alguien tratando de que mi idea vaya contra corriente de lo que he visto que pulula por la ciudad: yo no quiero un salvador, quiero un buen administrador; yo no quiero un cambio total, quiero que desde aquí, las cosas vayan mejorando; yo no creo en la transformación de la noche a la mañana, en el cambio milagroso, creo en el cambio con esfuerzo, el cambio que transforma una ramita en un árbol, el cambio que tarda y necesita cuidados.

Escucho a lo lejos el grito lacerante: “El cambio empieza en uno mismo”.

No, el cambio empieza en nosotros, en El Nosotros. No existe individuo sin sociedad. Ese solipsismo nos va a matar, nos aleja de involucrarnos en las urnas, en el ayuntamiento o en alguna asociación civil.

Te aleja de pensar que tu posición en esta comunidad SI importa. Esa tendencia a pensarnos solitos nos arrastrará a una vida miserable en los escasos años que tenemos oportunidad de vivir en esta tierra.

Nos falta hacer comunidad para hacer democracia.

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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