Tipo de Cambio
Compra
Venta
23/04/2024
$16.15
$16.63

Ataques a la sexualidad “justificados” por la cultura

En serio… hablemos de género

  
Nota publicada el 21 de septiembre de 2016
por Rocío Linares

Hace algunas semanas me escribió una persona que me hace el favor de leerme seguido para contarme una situación.

En un paseo que daba por una de las playas de Ensenada, vio a dos chicas que se bañaron en el mar y posteriormente estaban tomando el sol haciendo topless en una zona alejada donde no había bañistas y por tanto su desnudez no molestaba ni era atestiguada por nadie más que por quien me escribe. Para esta persona era obvio que no querían ser molestadas y se habría ido sin más de no ser porque algo llamó su atención.

Se acercó una lancha roja en donde venían dos pescadores, mismos que en cuanto las descubrieron, anclaron su lancha para mirar lo que no fueron invitados a mirar. Las chicas se movieron a otra zona para evitar las miradas, pues lo que querían era tomar el sol, no que alguien las viera, además, de forma constante. La respuesta de los pescadores fue mover su lancha para quedar de nuevo en donde podían verlas.

Al ver que no se irían y hasta las seguirían de nuevo si se movían, se cubrieron y aun así los pescadores no dejaron de mirarlas insistentemente.

La persona que me escribió comenta que contó esta anécdota en su trabajo y las respuestas que obtuvo fueron: ¿Y para qué se descubren? Si una mujer descubre más piel de lo que se estila, entonces es una “ofrecida”. Si los hombres hacen lo mismo con ciertas partes del cuerpo se les tacha de “agresores sexuales”.

En la carta que recibí es obvia la preocupación acerca de que el cuerpo humano tiene que ser ocultado por razones absurdas que degeneran en discriminación y etiquetas innecesarias para las personas que lo llegan a hacer, además sin desear ser vistas.

Es difícil saber la realidad de lo que sucedía con las chicas y los pescadores, pero por lo observado por quien me escribe, y que no es algo poco común, se trata de una conducta que intentó ser cuidadosa del pudor ajeno por parte de las chicas y aun así, la “culpa” recae sobre ellas por estar “provocando”, lo cual es un eco de la denominada cultura de la violación en la que vivimos insertos y que reproducimos, a veces, sin darnos cuenta.

Si las mujeres no nos cubrimos, tenemos la culpa de que nos agredan. Si no corremos, gritamos u oponemos resistencia, tenemos la culpa. Si salimos, nos divertimos o reímos con la persona “equivocada”, tenemos la culpa.

Y por otro lado el hombre que hace un cumplido, sonríe o coquetea con la mujer “equivocada”, es un agresor. El que abraza o toca de alguna manera a una mujer que no es su amiga o pareja, es un agresor.

Tenemos un guion social que nos dice quién tiene cada papel y es difícil dejar de reproducirlo, o incluso cuestionarlo lo suficiente para dejar de ponernos en ese tipo de situación. No sabemos qué pasaba con los pescadores. Podemos pensar que solo querían mirar, o quizás algo más. Lo que es cierto, es que tan solo mirar insistentemente lo que no fueron invitados a mirar, es una conducta que podemos señalar como reproductora de esta violencia de la que hemos hablado tantas veces. Quizás ellos no son conscientes de esto, pero quienes queramos y podamos, tenemos el deber de cuestionar si algo que está por casualidad en nuestro camino es de verdad ofrecido en bandeja de plata o solo me han contado que así es.

Todo lo relacionado con la cultura de la violación, de la que seguramente hablaremos a profundidad en algún momento además de solo mencionarla, tiene entre sus propósitos hacer más grande la brecha entre los géneros y que entendamos acciones casuales y no casuales de forma que nos alejemos entre nosotros en diferentes dimensiones.

Otra de las cosas es que se genera una dificultad importante en la aceptación del cuerpo del Otro en una circunstancia no genitalizada, es decir, que el cuerpo del Otro (Otras en este caso) solo puede estar en desnudez si está por tener coito. Esto obviamente también obedece a un condicionamiento social que nos aleja de estar en tranquilidad junto a otras corporeidades de forma más social, fraternal y menos coital.

Aclaro, porque luego me acusan de cosas, que con esto no digo que todas las personas deberíamos ser libres de ir sin ropa a todas partes. Entre otras cosas, deberíamos ser libres de expresar nuestra corporeidad en el contexto tan íntimo como lo generemos. Sin esto, no hay vivencia plena de nuestra sexualidad.

Rocío Linares. Licenciada en Psicología UABC. Maestra en Sexología Educativa, Sensibilización y Manejo de Grupos IMESEX. rociolj84@gmail.com
 
 

Regresar  Imprimir Enviar por email

Derechos Reservados 2024. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la nota sin la autorización previa y por escrito de Ensenada Net.

 
|
| Ensenada.net es presentado por : TDM