Aquel día, Juan se miró al espejo y ya no se reconoció. Tenía 34 años, pero el rostro le pesaba como si cargara décadas de culpa.
“Toqué fondo”, diría más tarde, cuando relató la noche en que cruzó límites que juró nunca rebasar: robarle a su madre para conseguir droga. Fue entonces cuando aceptó algo que por años se negó a ver: había perdido el control.
Solo, sin respuestas, tomó una decisión que le cambió la vida: pedir ayuda.
Como Juan, miles de personas inician su camino de rehabilitación con una mezcla de miedo, vergüenza y una tenue chispa de esperanza.
En ese primer paso –el reconocimiento de la impotencia ante la adicción– se cimienta uno de los pilares del método Minnesota, uno de los enfoques más aplicados en centros de tratamiento en todo el mundo.
El método Minnesota, desarrollado en Estados Unidos en la década de 1950, propone una estructura clara para la rehabilitación, basada en 12 pasos y en la idea de que la recuperación no es solo física, sino emocional, social y espiritual.
Parte de una premisa crucial: la adicción es una enfermedad, no un defecto moral.
¿Por qué seguir una metodología importa?
Para los especialistas en adicciones, la rehabilitación no puede ser un proceso improvisado ya que una metodología probada proporciona contención, claridad y sentido de propósito.
“Muchos pacientes llegan desorientados, avergonzados, con una autoestima devastada y un enfoque como el Minnesota les da estructura y comunidad, dos cosas fundamentales para empezar de nuevo”.
A diferencia de intervenciones puntuales o promesas rápidas, el método Minnesota enfatiza la continuidad: Impulsa la participación en grupos de apoyo, promueve la autoobservación, la restitución del daño y el acompañamiento mutuo.
En Ensenada, el centro de rehabilitación Oasis, una nueva vida, se especializa en el método Minnesota y eso les permite avanzar con pasos más seguros rumbo a la estabilidad de cada persona.
Es un proceso gradual cuya duración es proporcional a la severidad de la adicción, pero sus resultados suelen ser más duraderos.
La historia de Juan es como la de muchos: asiste a reuniones cada semana, tiene un padrino y acompaña a nuevos integrantes en su primer paso.
A veces, cuando escucha a alguien decir que ha tocado fondo, recuerda aquella noche, el miedo, la vergüenza… y el momento en que eligió vivir. “No hay fórmula mágica”, dice. “Pero si te aferras al proceso, si sigues el método, puedes salir. Yo soy prueba de eso”.
En un país donde el consumo de sustancias crece entre jóvenes y adultos, y donde aún persisten estigmas alrededor de la adicción, hablar de métodos, de ciencia y de humanidad es más urgente que nunca.
Detrás de cada estadística hay alguien como Juan: alguien que cruzó límites, pidió ayuda… y encontró una salida.