La tarde cae en Tijuana. Una persona se encuentra en Camino Verde, una de las zonas con los índices más altos de violencia y marginalidad de la ciudad, y quiere llegar a la Granja Transfronteriza, un proyecto comunitario encabezado por el colectivo Torolab.
Desconoce el área, por lo cual consulta aplicaciones de navegación como Google Maps. En segundos la app despliega una ruta casi directa. Pero al dejar de mirar la pantalla, el mundo real muestra un camino estrecho sin pavimentar y que no genera mucha confianza: ¿la persona debería seguir las indicaciones de la app o del sentido común?
El uso de tecnologías como el internet de las cosas para abordar problemas urbanos es tan incipiente como necesario en comunidades marginadas, con carencias de vialidades e iluminación pública, donde tomar decisiones de movilidad impacta en el bienestar subjetivo de las personas.
La perspectiva de uso y aplicabilidad de la tecnología proviene de países desarrollados; pero la realidad en México es otra. La marginación es un factor limitante que debe tomarse en cuenta al desarrollar dispositivos y aplicaciones útiles para quienes habitan estas colectividades desfavorecidas.
En este contexto, colectivos como Torolab e investigadores como José Antonio García Macías, del Departamento de Ciencias de la Computación del CICESE, buscan no solo medir aspectos novedosos como el bienestar subjetivo de quienes viven aquí, sino desarrollar proyectos tecnológicos con pertinencia social.
Tras años de trabajar con los vecinos y ganar su confianza, lograron establecer un laboratorio urbano viviente para analizar y determinar si las aplicaciones de navegación actuales son las más apropiadas en zonas que no están bien cartografiadas.
“Nos dimos cuenta que el desplazamiento por estas zonas marginadas tiene que ver con el contexto, y éste solo lo conocen los vecinos”, comentó Antonio García: “para empezar, no todos los accesos y veredas están mapeados; muchos se van haciendo de manera informal por la misma necesidad de que pase la gente. Ellos conocen que una calle está marcada en los mapas, pero a lo mejor cuando llovió se hizo una tremenda zanja y entonces es muy difícil circular por ahí. Le sacan la vuelta y cruzan por un camino no establecido formalmente en las cartas del municipio porque es un lote baldío; pero por ahí cruza la gente”.
El grupo de investigación realizó una campaña de cuatro semanas en la que se entregó un sistema móvil a los habitantes de Camino Verde para rastrear su movilidad y detectar qué rutas seguían en sus actividades cotidianas. Así, monitorearon 537 rutas individuales y calcularon la divergencia entre la ruta que utilizaban los participantes del ensayo y la sugerida por Google Maps.
Los resultados se publicaron en dos artículos científicos, en los cuales se concluye que la movilidad se ve afectada en cuatro aspectos: geografía, tiempo, economía y seguridad, y que las aplicaciones de navegación no son las más apropiadas porque las zonas no están bien cartografiadas, y no consideran rutas informales o el conocimiento semántico de la gente que vive ahí.
“Lo que se me hace muy importante es que nos ganamos la confianza de los vecinos [de Camino Verde] para seguir haciendo intervenciones ahí. Ya tenemos un laboratorio urbano viviente donde podemos estudiar fenómenos de comunidades marginadas; observar las realidades de los vecinos, no lo que nos platican; hacer aportaciones, o tener información podemos pasar a los gobiernos.
Considerando la pobreza nutricional en la que viven muchos niños y jóvenes que viven ahí, diseñaron el programa de salud “¿Qué comiste hoy?”, basado en tres ejes: la recopilación de fotos (tomadas con dispositivos móviles) de lo que cada quien comía en el día, con información contextual, entre los niños que asistían a la Granja Transfronteriza; el segundo eje trataba de corregir las deficiencias nutrimentales que detectaron; y el tercero, se enfocó en monitorear la salud de los participantes y, para ello, se evaluó la usabilidad de un kiosko de tele salud basado en el sistema A-Prevenir, que desarrolló Salvador Villarreal, también investigador del CICESE.
“Otra cosa que queremos hacer y planteamos con Raúl Cárdenas (fundador de Torolab), es un mapeo considerando sentimientos. Los sistemas de información geográfica permiten elaborar mapas utilizando capas. Entonces, los muchachos que asisten a la granja tomaron fotografías de su entorno. Esas fotos se les iban mostrando a quienes viven en la colonia y a gente externa, y a cada una le asociaban diferentes emociones: si ven una foto de un basurero a lo mejor asocian a esa foto una sensación de tristeza o enojo. En cuanto a la emoción de tranquilidad, coincidía con la ubicación de la granja, donde la gente se siente segura.
Después se hizo un análisis de clustering, para ver cúmulos, y entonces se veían zonas más iluminadas, de color rojo o de color verde, de acuerdo con la presencia de alguna emoción. Se llaman mapas de calor (heatmaps).
Lo anterior ayuda a conocer la situación de la colonia; son cosas que generalmente no se mapean en los sistemas de información geográfica y resultan muy importantes para estudiar lo que los economistas llaman el bienestar subjetivo; es decir, el qué tan bien te sientes viviendo en el lugar en donde vives”.
La marginalidad no solo se presenta en función de cuestiones socioeconómicas, sino también respecto a personas con discapacidad visual, auditiva o motriz, y el internet de las cosas puede ser una herramienta muy útil para contrarrestar esto.
El grupo del Dr. García Macías desarrolló un sistema portátil (modular y adaptable) para ayudar a personas con discapacidad visual a navegar en espacios físicos. El dispositivo detecta la proximidad de objetos en el entorno y proporciona retroalimentación vibratoria.