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La captura del notorio bandido Francisco Carmelo

Así contaban las historias policiacas en 1896

  
Nota publicada el 16 de julio de 2015
por Rafael González Bartrina

11 de diciembre de 1896. Noticias que llegan de San Diego, California. Según publicaciones de periódicos de la época.

Hace un par de días, cuatro Rurales mexicanos viajaban por las cercanías de Tecate, Baja California. Se mantenían alertas y vigilantes. Sus carabinas, pistolas y machetes preparados para cualquier emergencia.

Habían recibido una denuncia de parte del Sr. José Riley, mexicano de ascendencia inglesa, quien fungía como Juez de Paz en el área de Tecate. La denuncia fue en relación de que se había visto al notorio bandido Francisco Carmelo, quien por largo tiempo, había asolado la zona fronteriza entre California y México.

Se le había visto en compañía de dos o tres de sus compinches, además se había recibido informes de que pretendía asaltar algunas rancherías entre Campo y Pinerias.

El juez Riley buscó a sus hombres más confiables que tenían ya algún tiempo actuando como “Rurales”, (policías del Estado), mismos con quienes cabalgó rumbo a la Cañada Verde, donde según los informes, se encontraba Francisco Carmelo y su pandilla de bandidos.

La Cañada Verde se encontraba a unos diez kilómetros al Sur de la línea fronteriza. El juez y sus rurales llegaron a ese lugar al mediodía.

Sigilosamente se acercaron al sitio, sorprendiendo a Francisco Carmelo, a José Valenzuela y a Tranquilino Sosa, en el momento en que mataban a una vaca, propiedad de Bernardo Arguellez, cuyo rancho estaba a corta distancia de ahí.

Con voz fuerte, Riley comino a Carmelo a que se rindiera, mientras que los rurales ya tenían rodeado a los otros forajidos. Tales acompañantes de Carmelo alzaron sus manos en alto y pacíficamente se rindieron.

No obstante, Carmelo por su parte intentó desenfundar su revolver al mismo tiempo que Riley le acercó la carabina y lo comino a que se rindiera.

Luego los rurales procedieron a amarrar a los tres delincuentes y a llevarlos de regreso a la población donde llegaron sin novedad.

Ya en la noche, mientras los rurales dormían, Francisco Carmelo logró soltarse de las amarras y rápidamente cortó el mecate con el que estaban sujetados Valenzuela y Sosa, sus compinches.

De inmediato trataron de escapar, pero Riley despertó en ese momento, y al darse cuenta de las intenciones de los bandidos, hizo un disparo al aire con su pistola. El ruido despertó a los rurales, quienes de inmediato buscaron sus armas.

Los forajidos quisieron escapar por la puerta del pequeño cuarto, pero la encontraron atracada por fuera.

Carmelo y Valenzuela dieron la espalda a Sosa para protegerlo para que intentara derribar la puerta.

El cuarto estaba vagamente iluminado por la luz de la luna, que entraba por las pequeñas ventanas en la parte superior de las paredes.

En eso los rurales se abalanzaron contra los bandidos, causándose una melé. Golpes de puños, de carabinas y cuchillos, se cruzaron en medio de la penumbra.

Teniendo la ventaja de conocer bien el cuarto, Riley logró someter a Sosa con un fuerte golpe en la nuca. Carmelo, con la agilidad de un gato y armado con un cuchillo, lanzó cuchilladas a un cuerpo que se escondía en la oscuridad, creyendo que era un rural, sin embargo, era su compañero Valenzuela, quien tras ser herido en la espalda, cayó al suelo en medio de un doloroso gemido.

Al final, Riley y sus hombres se impusieron y lograron sujetar nuevamente a los malhechores.

A la mañana siguiente, después de curar las heridas de Sosa y Valenzuela, iniciaron la marcha para trasladarse a Ensenada, encontrándose a poco más de 100 kilómetros de distancia. Dos rurales los seguían a corta distancia, con sus carabinas prestas.

La caminata era forzada, Sosa, quien tenía tan solo 18 años, perdió sus fuerzas y a traspiés, mitad andando y mitad jalado y apoyado por Valenzuela y Carmelo, fue una carga adicional en los últimos 20 kilómetros.

Al llegar a Ensenada, las piernas de Sosa estaban completamente hinchadas, llenas de yagas. Daba la impresión de que sería muy difícil que lograra sobrevivir a tales lesiones causadas por la crueldad del viaje.

Después de que Riley entregó a los prisioneros a la cárcel de Ensenada, se entrevistó con el gobernador del distrito, general Sangines, informándolo de la captura del bandido Francisco Carmelo y sus secuaces.

El general Sangines pidió que se mandara traer al sargento en cargo de la guardia y le dio las siguientes instrucciones: “Vaya y, personalmente, córtele a rape el pelo a Carmelo, dele un uniforme y manténgalo aquí bajo sus órdenes por diez años. Es un hombre muy malo. Este no necesita de juicio para probar que es un desalmado. ¡Ándele! ¡A cortarle el pelo!”.

Así fue como Carmelo y Valenzuela tomaron sus lugares como parte del ejército. Sosa, por su parte, en situación crítica debido a sus lesiones, probablemente fue dejado en libertad ya que no se contaba con informes de que hubiera participado en otros ilícitos antes de su captura en la Cañada Verde.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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