Mesas de colores llenas de tejidos, piedras, conchas, maderas, caras adustas, de miradas casi tímidas. Subyugantes. Manos que reflejan los rigores de una vida difícil. Ciudadanos como usted y como yo, sin embargo relegados a no sé cuántas clases abajo, Son indígenas, son pobres, son mujeres. Ellas somos todos nosotros y la forma como las menos tratamos es vergonzante. Ellas llevan dentro de sí mismas la sangre y el espíritu opreso pero nunca vencible de una vida plena si, plena pero de incomprensión, abusos, discriminación, olvido, humillación.
Manos que de desechos hacen arte, arte indígena, que dice de nuestro pasado, que decora nuestro presente, que ignora si tendrá futuro. Tradición e historia. Humillación tradicional. El regateo es parte del show, “al cabo que son indígenas”, menospreciar es normal. Indios taimados, que saben ellas de negocios, además, pos es como una limosna con trueque. Ya me siento mejor, dice el comprador cuando compró o extorsionó un trinquete por unos cuantos pesos. Debemos de cambiar. Nosotros, no ellas.
Saber que viven en un mundo paralelo e indiferente, que duermen en el suelo, que comen con sus manos, que sus hijos andan descalzos y desnutridos. Que se hacinan en pequeños cuartos con insalubridad y con riesgos. Sin atención médica, sin extensión educativa para sus hijos, sin sombra para sus puestos, sin agua para su servicio. Ellas son México. El México de adentro. El que cerramos los ojos para no “avergonzarnos”. El México que no queremos reconocer, pues es de pobres mujeres indígenas, que bien se lo merecen por no haber sabido superarse y llega a ser como uno, miembro productivo de la gran sociedad, JA! Somos crueles, muy crueles y más insensatos al no tomar en consideración que ellas somos nosotros. Que son verdaderas artistas en desesperada lucha por sobrevivir. Por sobre-existir. Por tratar de pertenecer a una sociedad que los ignora, los menosprecia y los abusa.
Busquemos ojo a ojo la mirada de la anciana que vive de vender un collar de piedras o una pulsera de chaquira. Busquemos en ella la similitud con nuestra propia madre. Miremos a los pequeños que atentos aprenden a tejer tanto lienzo como cordel. No son nada distintos de nuestros propios hijos. Ellas somos nosotros. Sí. Ellas son tan mexicanas como usted y yo. Son tan humanas como su madre y sus hijos.
No se trata de ayudar, se trata de incorporar en nuestra sociedad, sin clases ni diferencias a estas maravillosas artistas, mujeres, indígenas para que dejen de ser pobres y para que sean tratadas con igualdad y con consideración y admiración que se merecen.
El dulce canto en lengua ininteligible se escucha en la distancia, es folclore, es una cortina de humo, es el olvido y la ignominia.