Indica el relato que el pasado lunes (31 de marzo) a las 9 de la mañana, la diligencia que transporta pasajeros y valores del poblado de El Álamo a Ensenada, ambos en Baja California, fue asaltada por un salteador de caminos solitario.

En la diligencia viajaban nueve hombres, siete pasajeros, el conductor y su ayudante, para protección, llevaban un par de armas bajo el asiento delantero. Entre los pasajeros viajaba el mayor Zimpleman, de la mina El Paso, quien llevaba consigo aproximadamente $8,000.00 pesos en oro fundido en una barra; también viajaba como pasajero el Sr. William T Vaughan, un hombre de negocios de El Álamo que llevaba unos $1,000.00 pesos en oro en polvo.

A unos ocho kilómetros de distancia de El Álamo, repentinamente, apareció a mitad del polvoriento camino un hombre armado con un rifle. Con fuerte voz le indicó al conductor de la diligencia que entregara el envío de la Compañía Internacional. La respuesta fue que no llevaban tal envío.

Decepcionado por la mala noticia, se dirigió a los pasajeros a los que, a través de la ventana, los conmino a que arrojaran las pertenencias que llevaran.

Alguien entrego doce pesos, otro arrojo seis.

Después de recoger su botín le gritó al conductor que se “largara al diablo”.

Obedeciendo, así hizo el conductor, acicateando las mulas que jalaban la diligencia, al cabo de unos ciento cincuenta metros detuvo la marcha del vehículo, tomaron las armas que llevaban y corriendo a toda prisa regresaron al lugar del asalto.

Alcanzaron a ver, como se perdía entre los arbustos. En su alocado escape, dejó caer una de las monedas de un peso, que acaba de robar.

El día anterior la Compañía Internacional había terminado de fundir y moldear oro por valor de $25,000.00 y aun no estaban listos para hacer el embarque a Ensenada. Se sospechaba que el asaltante era residente de El Álamo y que seguramente había estado vigilando el envío de la caja de valores.

Hasta aquí la nota periodística. Lo que nos relata entre líneas era la prosperidad que vivía El Álamo, que en esas fechas y algunos años después llegó a tener una población de más de 1,500 personas. Hoy, El Álamo, es un “pueblo fantasma” y unas cuantas personas vive ahí.

Sus calles centenarias lucen desérticas. Sus pocos edificios sufren los estragos del tiempo. El silencio de sus días es solo perturbado, ocasionalmente, por los motores de los vehículos fuera de camino que en su ruta de carreras, pasan a escasos metros de lo que en su día fuera un emporio minero.