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Otro incidente del cerro del Vigía

El oro, entre la verdad y la leyenda

  
Nota publicada el 28 de noviembre de 2013
por Rafael González Bartrina

Hace unas semanas comentábamos en este espacio sobre “el incidente de El Vigía”. Aquel derrumbe del 2 de octubre de 1952 cuando cinco trabajadores se encontraban dentro de una excavación cuasi túnel. Y fueron sepultados por espacio de 31 horas, hasta el momento de su rescate. Al publicar esta crónica, recibimos algunos comentarios que nos recordaban, “otro incidente de El Vigía”.

En esta ocasión no contamos con mucha información. Lo que hasta el momento sabemos se mezcla con detalles que pueden llegar desde reales hasta bordear en leyenda. Por esta vez, amables lectores, nos tomamos la libertad de relatar la anécdota sin asegurar la total veracidad de los hechos.

La fecha no la tenemos, la época es en los alrededores de 1952. Las obras eran aun incipientes.

En el principio de la construcción del rompeolas se ocupaba maquinaria de gran tamaño, que nunca antes se habían visto en Ensenada, los “dompes gigantes” camiones de volteo tipo tractor con una gran caja, cuyas llantas alcanzaban 4 o 5 metros de altura. Característicos eran su color, ya fuera verde entre bandera y limón, o amarillo a la Caterpillar, había también Palas mecánicas con “cucharon” de doble quijada. Tractores de gran tamaño que también se usaban para cargar los camiones de volteo.

Nuestra anécdota se centra a que en una tarde, esta pala mecánica con “cucharon” de doble quijada, con tracción de “oruga” y alta torre, cual grúa gigante; estaba moviendo grandes piedras y tierra de un punto a la base de recién explotado con dinamita, cerro de El Vigía, girando 180 grados y echando su carga al mar, en dirección hacia donde se extendía y se construía el largo rompeolas. Un solo operador a bordo. Unos cuantos trabajadores en tierra haciendo tareas diversas. El operador de la pala trabajaba sistemáticamente. Giraba, escarbaba, cargaba, giraba y descargaba. No necesitaba ayuda ni direcciones especiales.

Repentinamente uno, o algunos de los trabajadores de tierra notaron que entre la carga que la pala acababa de capturar, llevaba algo que no era de piedra; no se distinguía con claridad que era pero, si definitivamente no era piedra ni tierra. En esos momentos, al acomodarse la carga con el movimiento de la pala, ciertos “excesos” de la carga se salieron del “cucharon” y cayeron a tierra. Algún atrevido rápidamente se acercó para inspeccionar que eran y grande fue su sorpresa al descubrir que se trataban de monedas. A pulmón abierto y con grandes gritos quiso llamar la atención del operador. Agitaba sus brazos, le gritaba que se detuviera. Todo fue inútil, el operador no se percató de las señales y no escucho los angustiados gritos. Soltó su carga que se fue, hasta el fondo del mar, al costado del rompeolas. Unas cuantas monedas fueron recuperadas por algunos de los trabajadores que estaban cerca. La noticia corrió como pólvora, se habló de traer buzos y detener la obra. Se habló de riquezas en monedas y joyas, se habló de un tesoro de piratas, se habló, se habló. La orden de los capataces llego. ! A trabajar! y ! a dejarse de pretextos!

Aun actualmente, de vez en vez, hay alguna noticia de que algún coleccionista de monedas, vende o compra alguna de esas monedas del tesoro de El Vigía. Más de medio siglo después, ahora, nosotros también hablamos, y solo para decir que la verdad y la leyenda se entremezclan para formar una amena anécdota.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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