El tratar de recordar nombres y fechas no está dentro de mis escasos talentos, y anticipadamente solicito la benevolencia de mis lectores, que para que puedan disfrutar el concepto de esta pequeña reseña, me otorguen su comprensión y disculpen las omisiones de nombres al mismo tiempo, la no exactitud de algunas fechas.
Hoy voy a recordar al Club Social 20-30, de aquellos años de 1963-66. Por ese tiempo recibí una invitación de parte de Ignacio “Nacho” Villa, quien era presidente del mencionado club. Acudí como invitado a un par de sesiones, en un local “propio” que estaba atrás del restaurante de comida china, 3 Estrellas, por la calle Segunda entre Ruiz y Gastelum. Entre los nombres que recuerdo Guillermo “Greñas” González Jiménez, Raúl “Relojero” González, Benjamín “Dandy” Navarro .Héctor “Calambres” Gómez Palomares, Goiry, Lic. “Cachuchas” y varios más cuyos nombres de oscurecen con la edad. Fui aceptado y a la usanza, asignado el seudónimo de “Barracuda”. Magnifica camaradería y espíritu de ayuda social.
Uno de los eventos de recaudación de fondos que llevamos a cabo, podrá ser interpretado, el día de hoy, como un acto irresponsable y de menosprecio a nuestra historia local. Me explico:
En una de nuestras sesiones se nos dio a conocer que un reconocido profesionista que tenía como encargo “cuidar” el contenido del, recientemente, cerrado Hotel Riviera, nos ofrecía como “donación” ciertos artículos que se encontraban abandonados en el inmueble. La idea se aceptó con gusto y después de discusión se votó a favor de entregar el monto total de las ventas al asilo de ancianos.
El siguiente sábado nos reunimos un grupo de 6 o 7 socios en el estacionamiento del Riviera donde llegó nuestro “donante”, quien nos guió por medio de intrincados pasillos de servicio hasta la parte superior del Salón Casino, precisamente por donde está hoy la sala de minería del Museo de Historia de Ensenada. Había una multitud de muebles rotos, mesas de juego cuyos paños verdes estaban hechos trizas, una ruleta, cuya rueda estaba vencida y poco se notaban los números y colores debido al polvo acumulado. El lugar estaba medio alumbrado por la escaza luz que llegaba del exterior por medio de una “claraboyas”. Nos indicó nuestro guía unas 5 o 6 cajas de cartón, que tenían en su interior, platos de distintos tamaños, tazas, cubiertos, etc., servilletas de tela, ajadas e inservibles. Nos explicaba que dichos objetos tenían el logotipo “viejo” del que fuera Hotel Playa. Debido a los cambios de nombre del establecimiento, se había desechado y arrumbado en el oscuro ático del que fuera por 8 años, el Casino de Ensenada.
Después de lavar meticulosamente cada una de las piezas las llevamos a la zona del Parque Revolución, donde nos permitieron cerrar el paso de la calle Sexta entre las Aves. Ruiz y Obregón, donde se colocaron unas cuantas mesas y se pusieron a la venta. La falta de promoción del evento y el desinterés del publico nos hizo reducir los precios, que en un principio eran, creo, a 1 dólar la pieza, hasta que quedaron a 2 pesos, ya entrada la tarde, se ofrecían, al dos por uno. Al terminar la venta no recuerdo quien o quienes tenían el encargo de quitar las mesas y guardar, si acaso, los sobrantes.
Hoy al ver con retrospectiva nuestra actividad aquel día, me hace sentir un nudo en mi garganta, y una sensación de reproche para quienes participamos. Yo no tuve, ni por asomo, el cuidado de haber comprado ni una sola de las piezas, que hoy en día tiene un valor histórico, estimativo y real que en aquellos tiempos, ninguno de nosotros se los dimos.