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El viaje en helicóptero en una misión de inspección

Una anécdota inverosímil en la Baja California de los años 60s

  
Nota publicada el 4 de septiembre de 2014
por Rafael González Bartrina

Durante el tiempo en que fungí como inspector de pesca asignado en Ensenada, 1963-1967 tuve la oportunidad de conocer un poco de esta grandiosa península bajacaliforniana. Cada salida de campo fue una nueva experiencia para mí. Había sido nombrado por el Lic. Jorge Echaniz Ruvalcaba y los encargados de la sección de inspección a nivel nacional eran los “capitanes” Ramírez Faz y Miyasawa Álvarez. De ellos se ha escrito a plenitud y su carácter moral ha sido motivo de juicio por el público, especialmente cuando dirigían las distintitas organizaciones contra el crimen. Por lo que a mí respecta y al magnifico grupo de inspectores de pesca y los pilotos de los 6 helicópteros que por ese periodo de tiempo funcionaron admirablemente, a pesar de las mayúsculas limitantes técnicas que tenían. Por esta ocasión quiero centrar mi modesta reseña de una experiencia, no personal, de uno de esos helicópteros en misión de inspección.

Una breve descripción del tipo de helicóptero, muy parecido a la imagen que se anexa. De dos plazas, dentro de una burbuja de plástico, con una autonomía de vuelo de 300 kilómetros de alcance aproximadamente. Su capacidad de carga era de aproximadamente 300 kilos incluidos los 2 tripulantes. Tenía un límite de techo de menos de 10,000 pies (aproximadamente 3000 metros). La comunicación por radio cabria unos 10 kilómetros alrededor de la torre de control del Ciprés.

Como se ve era una aeronave sumamente frágil y con severas limitaciones, especialmente en Baja California y en esos tiempos. Para darnos una idea de un viaje de Ensenada a Bahía Tortugas. Salíamos con destino a El Rosario, donde recargábamos combustible, de ahí a Guerrero Negro donde se recargaba nuevamente y finalmente a Bahía Tortugas. Usaban gas avión de 100 octanos. En cada uno de estos lugares había almacenada una cantidad “adecuada” de combustible.

En este viaje que hago referencia el helicóptero estaba bajo el control del piloto aviador Capitán Enrique Borneo (qepd) y lo acompañaba el inspector de pesca y ex mecánico de aviación Alfonso de Anda López (qepd).

El viaje de ida se efectuó sin novedad, sin embargo, al regreso por razones que nunca estuvieron muy claras cruzaron sobrevolando la costa de Ojo de Liebre, Laguna Manuela, al norte a Santa Rosaliita y su intento era llegar a El Rosario. Al sur de Punta Baja se terminó el combustible por lo que descendieron cerca de la playa sin mayor dificultad. Ya en tierra estudiaron las opciones, la tarde ya caía y buscaron la mejor manera de pasar la noche. Hicieron una pequeña fogata y sin tener ni agua, ni alimentos, no tuvieron ni siquiera una plática para ahorrar energías.

Me contó, tiempo después, mi buen amigo y compañero Alfonso de Anda que de repente en la noche recordó una noticia de que meses antes de un avión chico de pasajeros, aparentemente un Beechcraft modelo 18, parecido a la foto que se acompaña, de dos motores y capacidad para 13 pasajeros y tripulación. Este avión hacia servicio de pasajeros de Isla de Cedros a Ensenada y era piloteado por su propietario. (Pido disculpas por no recordar el nombre, me dicen que posiblemente se trataba de un sr. Martínez) había tenido problemas con sus motores y había realizado un milagroso aterrizaje forzoso en las dunas altas detrás de los mogotes costeros.

Me decía Alfonso que recordaba que le habían contado la ubicación y que estaba seguro que lo podría localizar. Enrique, por su parte decidió quedarse y estar al pendiente por si avistaba alguna lancha de pescadores.

Alfonso armado con el balde y la gamuza para colar el combustible echo a andar. Menos de dos horas le tardo en encontrar los restos del “Bicho” como le decía a los aviones Beechcraft. Su sorpresa no fue tanta al encontrar en una de las alas el tanque de combustible intacto. Aseguro un balde lleno y alegremente regreso a donde estaba su afligido y preocupado compañero el Capi Borneo. Prontamente se hicieron al vuelo, llegando a El Rosario para reponerse del susto y la “mal-pasada”. Esa noche disfrutaron de una suculenta cena de langosta y abulón. Una anécdota, difícil de creer pero que refleja la Baja California y su agreste orografía.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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