El lunes pasado se conmemoró por vigésimo séptima vez el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, fecha en la que se dan a conocer nuevos avances en la pandemia, así como de los esfuerzos que año con año se tratan de aumentar y mejorar para “Llegar a cero”. Este lema que se ha venido usando desde el 2011 de forma consensuada entre varias naciones para asociar las acciones dadas para la concientización de la población mundial acerca de la enfermedad.
Como parte de estas actividades, muchas personas que son portadores, familia, prestadores de servicios de salud o que sencillamente creen en la causa, usan listones rojos en señal de estar a favor de la lucha contra esta epidemia que ha sido una de las más destructivas y costosas (en todos los niveles, no solo en lo económico) en la historia de la humanidad. Este listón rojo se usa como un recordatorio para aumentar la conciencia pública en la prevención y tratamiento del SIDA y como muestra de solidaridad y apoyo a quienes viven con VIH. Recordemos que VIH y SIDA no es lo mismo.
El Virus de Inmunodeficiencia Humana es un lentivirus de la familia retroviridae cuya presencia por si sola en el organismo es detectable mediante una prueba rápida ELISA y confirmar el diagnóstico con otra que se llama Western Blot. Este virus puede vivir en nuestro organismo por una cantidad de tiempo indeterminada antes de ser detectado si no nos hacemos la prueba, especialmente porque pasa una cantidad importante de este tiempo en el que no hay síntomas aunque se está reproduciendo en nuestro organismo.
Cuando hay una serie importante de síntomas como fiebre y diarreas prolongadas, enfermedades oportunistas y una seria complicación de nuestro sistema inmune por la destrucción de los linfocitos T CD 4, entonces hablaremos de SIDA.
Los primeros casos se detectaron en la década de 1980 gracias a la llamativa aparición de un tipo especial de neumonía y cáncer de piel juntos en unos cuantos pacientes. La mayoría de estos pacientes eran hombres homosexuales sexualmente activos y murieron pocos meses después del diagnóstico.
Al saber esto, una combinación de amarillismo y factores culturales ayudaron a que “la plaga rosa” fuera atribuida a este grupo de personas como una especie de castigo divino, dejando temporalmente desprotegido al grupo por el que actualmente más tememos: las amas de casa monógamas que no creen necesario el uso del condón con su esposo.
Actualmente sabemos que hay varias formas de contagio sexual y el sexo anal es una de las más peligrosas. En aquellos años no existía como tal la prevención de las ITS y se pensaba que los condones eran únicamente un método anticonceptivo, razón por la cual la población homosexual fue uno de los primeros focos. Obviamente había mujeres infectadas, pero los medios le dieron preferente visibilidad a la “condena” de la homosexualidad. Recientemente se ha comprobado científicamente que el uso de condón es más común en la población homosexual masculina que en la heterosexual.
Hoy sabemos que no se contagia por dar un abrazo, comer juntos, besar o apoyar a una persona que vive con VIH. Incluso, a diferencia de en los años 80, podemos hablar de tener relaciones sexuales y una vida sexual y reproductiva muy parecida a la que se tendría sin el virus.
Además en los países desarrollados y recientemente en el nuestro, VIH afortunadamente ya no es sinónimo indiscutible de muerte, pues actualmente se cuenta con el tratamiento y seguimiento médico apropiado que hace de este padecimiento una enfermedad crónica como la diabetes, que hay que controlar y prevenir por medio de la educación en nuevos hábitos y actitudes.
Hoy en día es muy fácil y gratuito conseguir un buen condón, y seguimos trabajando en nuestras actitudes como sociedad para fomentar el uso correcto sin mitos, prejuicios y barreras de comunicación al interior de la pareja (sea cual sea su código: free, noviazgo, matrimonio, etc.) que pueden ser un impedimento para prevenir esta y otras situaciones de riesgo sexual.