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¿El lenguaje moldea el pensamiento?

Orientación en el espacio.

  
Nota publicada el 13 de febrero de 2015
por Manuel Sánchez

Cuenta la leyenda que a la llegada de los barcos españoles, los indígenas en la costa no podían verlos. Dicen que se debía a que en la lengua de los indígenas no existía la palabra “barco” y que por lo tanto, su percepción estaba truncada: no podían ver lo que no podían nombrar. Esta leyenda está sostenida en una de las sentencias más controversiales de los estudios lingüísticos: la hipótesis Sapir-Whorf.

En realidad, la idea de que el lenguaje interviene en la manera en que pensamos y percibimos la realidad es vieja, pero fueron dos autores quienes las sostuvieron de manera más férrea Sumado a que esta hipótesis fue propuesta en el “boom” de los trabajos de lingüística indígena norteamericana.

Fue Edward Sapir, un lingüista norteamericano de principios del siglo pasado, quien propuso una forma “suave” de esta hipótesis. Sostenía que el lenguaje sí determina algunos aspectos de la forma en que pensamos el mundo, pero no lo limitaría ni modificaría nuestra percepción de la manera en que cuenta la leyenda. Por otro lado, la versión más dura de esta hipótesis la propuso el alumno de Sapir: Benjamín Lee Whorf. Según este lingüista, cada lengua restringiría al sujeto a una forma específica de percibir, analizar y actuar en el mundo.

Cabe señalar que semejante versión de la hipótesis -el pensamiento y las acciones están completamente determinadas por el lenguaje- es obsoleta. Por mencionar un ejemplo, se ha demostrado que una persona puede distinguir dos colores que en su lengua carecen de nombres. Inventaremos palabras para resolver esa necesidad en específico, aunque sea una necesidad que surja en un caso particular.

Aun así, la hipótesis más ligera sigue en pie. En parte por las interesantes revelaciones de investigaciones llevadas a cabo con hablantes de distintas lenguas. En su artículo “Linguistic relativity”, la doctora Lera Boroditsky del Massachussetts Institute of Technology (MIT) nos explica las formas en que el lenguaje ayuda a los hablantes a entender la realidad.

Una de las investigaciones que retoma es la realizada por el doctor McDonough sobre la forma en que los koreanos y los ingleses perciben el espacio. En sus respectivas lenguas, existen diferencias en cuanto a cómo los objetos están juntos el uno del otro. En inglés, se diferencia entre si un objeto se encuentra dentro de otro; o si el objeto está colocado sobre o pegado a algo (las palabras in y on en inglés respectivamente). Mientras que en koreano no existe esta distinción pero si existe aquella para objetos que se encuentran sumamente pegados (kitta) o mas o menos cercanos (netha).

El experimento consistió en que se mostraron imágenes a adultos hablantes de koreano e inglés sobre objetos separados (una manzana dentro de un tazón) y pegados (una hoja de papel dentro de una carta). Los koreano-parlantes distinguían con mayor rapidez la diferencia entre las dos imágenes, mientras que para los anglo-parlantes les resultaba más difícil. Por otro lado, el doctor McDonough descubrió que los niños, sin importar la lengua de sus casas, podían distinguir rápidamente las diferencias entre las dos imágenes. Esta clase de patrón de comportamiento sugiere que los niños están preparados para distinguir cualquier tipo de relación espacial pero conforme crecen y se acostumbran a usar una lengua, un cierto tipo de relación espacial se ve fortalecida.

Otro experimento retomado es el del doctor Levinson del Instituto Max Planck. Muchas lenguas reconocen orientaciones relativas del espacio (derecha-izquierda / enfrente/atrás) otras, como el Tzeltal –lengua maya-, tienen referencias absolutas (algo parecido al norte/sur). Este experimento consistió en hablantes de inglés y hablantes de Tzetzal. Se les pidió que vieran un círculo con una flecha apuntando al norte y que a su vez apuntaba a la derecha del sujeto. Posteriormente, se les daba vuelta 180 grados y se les mostraba dos mesas: una con la flecha apuntando al norte (pero ahora apuntando a la izquierda del sujeto) y otra apuntando al sur -pero a la derecha del sujeto, como la mesa anterior. Se les pedía que identificaran la flecha “parecida a la que vieron antes”.

Una gran mayoría de anglo-parlantes escogieron la referencia relativa: aquella en la que coincidían las flechas apuntando a SU derecha. Los hablantes de Tzeltal hicieron exactamente lo opuesto: escogieron aquella flecha que obedecía a la orientación absoluta, las que apuntaban siempre al norte. Al parecer, su forma de nombrar el espacio afectó la forma en que interpretaron –y resolvieron- una tarea que no era propiamente lingüística.

Estos experimentos han demostrado que el lenguaje, más que limitar nuestra forma de ver el mundo, la especializa. Es una herramienta para encontrar detalle: en donde unos ven cerro y mar, otros leen una compleja forma de orientación en el espacio y el tiempo.

Después de esta breve exposición, queda un pregunta final, abierta a cualquiera que quiera responderla: ¿qué pasa con las lenguas indígenas de nuestra región, las lenguas yumanas? Son culturas del desierto, fueron semi-nomadas; el reconocimiento del espacio y del tiempo ¿quedó impreso en su lengua?

No existen trabajos de lingüística especializados en este tema.

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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