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Lindbergh en México y Ramos Martínez

El águila solitaria y el pintor de melancolías unidos por un regalo de bodas

  
Nota publicada el 23 de abril de 2015
por Rafael González Bartrina

La fecha era el 20 de mayo de 1927; en México el presidente de la republica era el señor Plutarco Elías Calles. Charles Lindbergh realizaba el histórico primer vuelo directo entre las ciudades de Nueva York en el continente americano y Paris en el continente europeo. Indiscutiblemente una hazaña de aquellos tiempos que daba un asomo a lo que inminentemente serían las comunicaciones aéreas internacionales.

Inmediatamente Charles Lindbergh fue reconocido como un héroe y su exitoso vuelo fue conocido en todo el mundo. Los detalles de su vuelo de 33 horas y casi 33 minutos y de haber cubierto una distancia de casi 10, 000 kilómetros se hicieron saber por medio de la prensa y la radio en todos los rincones del planeta.

El Fondo Guggenheim, en su tiempo, una de las más grandes e importantes firmas de inversión internacionales, patrocino una serie de vistas del as de la aviación civil Charles Lindbergh a diversos países, entre ellos México. Este vuelo, llamado de “buena voluntad” era en realidad una “promoción aeronáutica” muy exitosa por cierto.

El vuelo a México fue más que de trámite. Fue también el intento de una hazaña aeronáutica pues fue la primera vez que se realizaba un vuelo directo desde Washington D. C., la capital de los Estados Unidos hasta la Ciudad de México. Desafortunadamente un insecto o alguna basurilla en uno de sus ojos obligo a Lindbergh a aterrizar momentáneamente en Nopala, Hidalgo, “si palò” decía con sarcasmo cómico el siempre oportuno chascarrillo mexicano.

Charles Lindbergh llego a México el 14 de diciembre de 1927, después de un vuelo de 27 horas y 15 minutos. Fue recibido con una efervescencia y un entusiasmo que nunca se había visto en esta nación, y que perduraría como máxima expresión de admiración publica para un ser humano hasta la primera llegada del Papa a tierras mexicanas.

La inclusión de México en esta serie de visitas tuvo mucho que ver por la amistad personal que unía a Lindbergh con Dwight W. Morrow desde que se conocieron en la sede temporal de la Casa Blanca en Washington, D.C. en Junio de 1927. Morrow era entonces un importante y acaudalado abogado y hombre de negocios, socio de la poderosa J.P. Morgan & Co. Morrow había sido nombrado embajador de Estados Unidos en México en agosto de ese mismo año de 1927 y sirvió de anfitrión de Lindbergh en su estadía en la Ciudad de México.

El aeropuerto de Balbuena estaba a repletar de personalidades, entre ellas, sobresalían: El presidente Calles, el embajador Morrow, el general Álvaro Obregón, miembros del gabinete, el jefe del Estado Mayor Presidencial, comisiones del Senado de la República, la Cámara de Diputados, el Ayuntamiento de la ciudad, las Fuerzas Armadas, miembros del cuerpo diplomático, aviadores, rodeados todos ellos por el público en general. Diversos medios estimaron la concurrencia entre 100.000 (Excélsior) y 200,000 (The New York Times)

El presidente municipal en comisión de Ayuntamiento de la Ciudad de México, el señor Arturo de Saracho entregó a Lindbergh las llaves de la ciudad, diciéndole: “Puede usted hacer lo que guste”.

El recorrido entre Balbuena y la sede de la Embajada de los Estados Unidos, ubicada entonces en un predio de la esquina que hacen las calles de Niza y Londres en la Colonia Juárez, tomó más de una hora, en la cual el ilustre visitante fue objeto de la aclamación de miles de capitalinos. Las multitudes en las calles camino a la Embajada eran increíbles, para lograr tener, aunque fuera un vistazo ligero de Lindbergh había gente que se subió en árboles, en postes de telégrafos, sobre los toldos de los autos, techos y hasta en las torres de la catedral. Flores y confeti volaban en todo momento

El 21 de diciembre llego a la Ciudad de México, la hija del señor embajador Ann Morrow, jovencita de 21 años de edad, que estudiaba en Estados Unidos y se incorporó a su familia con motivo de las fiestas navideñas. El primer contacto entre Charles y Ann fue impactante, entre ellos surgió la llama del amor.

Lindbergh permaneció en México hasta el día 28 de diciembre, escasas dos semanas en las cuales Charles recibió el cariño del pueblo mexicano y numerosos reconocimientos, entre ellos: La cruz de la orden del mérito y el valor, que le entregó Calles, medalla de oro del Senado, medalla de oro de la Cámara de Diputados, medalla de oro de Correos, álbum del Colegio Militar, tres piezas de Talavera del Estado de Puebla, llaves de la Ciudad de México y Tampico, insignia en oro de la Federación Aeronáutica, un sarape cortesía de Álvaro Obregón, regalos y membresías diversas de los residentes americanos en México.

El 12 de Febrero de 1929, Dwight Morrow convocó a la prensa en la Embajada de México: “El Embajador y la señora Morrow han anunciado el compromiso de su hija, Anne Spencer Morrow con el coronel Charles A .Lindbergh” La boda se realizó el 27 de mayo de ese mismo año en casa de la familia Morrow, en Next Day Hill, Englewood, Nueva Jersey.

El presidente de la república en turno era el señor Emilio Portes Gil. Los historiadores en su mayoría detallan que, con motivo de la boda Lindbergh-Morrow, Portes Gil le encargo al ilustre pintor mexicano Alfredo Ramos Martínez un cuadro que sirviese de regalo de parte del pueblo mexicano. La historia verdadera es otra. Ramos Martínez había elaborado por largos años un cuadro maravilloso, quizás uno de sus mejores trabajos, se titula “Flores Mexicanas” donde dejo plasmadas la imágenes de cuatro mujeres en tamaño natural, cada una de ellas representando a las diversas mujeres mexicanas.

LA FOTO.

Esta fotografía que ilustra este texto es de un periódico de la época que enseña la pintura en cuestión, se indica que el marco era de un ancho de un poco más 60 centímetros (dos pies) este cuadro era un acervo del Museo Nacional de México donde estaba en exposición permanente. De ahí fue descolgado, embalado y enviado a Nueva York para ser presentado como el regalo de bodas oficial del “pueblo” de México. Un tesoro nacional entregado en un acto de presunción personal. No he logrado encontrar información sobre el paradero actualmente de esta joya artística.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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