Del periódico San Francisco Call de fecha sábado 6 de abril de 1901 rescatamos una historia de romance que refiere las tribulaciones de un par de jovencitas provenientes de Ensenada.
NOTA: El Curacao era un barco de carga y pasaje que hacia recorridos de cabotaje entre puertos del Pacifico Mexicano y del vecino estado de California desde los finales de 1800s.
La narrativa de este relato refiere que la agraciada jovencita de Virginia Herrera, de 17 años viajo originalmente de Mazatlán, Sinaloa, a Ensenada, Baja California, donde se encontró con su hermana Concepción Herrera de 20 años de edad quien estaba casada con un oficial de gobierno quien era afecto a tomar mescal y en estado de ebriedad propinarle brutales golpes a Concepción. Las dos hermanas no veían tener ningún futuro en Ensenada, ni en México. Decidieron escapar, una a la pobreza y la otra al marido golpeador y violento. Como pudieron reunieron fondos para obtener pasaje para San Francisco, California, era la tierra prometida, salvo refugio y lleno de posibilidades para hacer y rehacer sus vidas. Concepción era madre de dos pequeñines un niño de 3 y una niña de 4 años de edad. Al grupo de sumo la madre de ambas quien proveería los cuidados de los niños cuando llegaran a California, mientras sus hijas buscaban la manera de sostener a la familia.
El viaje transcurrió sin ninguna novedad, arribando a San Francisco pero, al pretender desembarcar el celoso Inspector de Inmigración de apellido De la Torre las detuvo con el fin de verificar que las pasajeras y los menores no serían, en un futuro, una carga onerosa para el estado. Las hermanas Herrera y su madre no pudieron satisfacer las condiciones que el villano de esta historia, el inspector De la Torre les exigía para permitirles el desembarco. No había alternativa. Permanecerían a bordo del Curacao hasta el próximo domingo, a seis días de distancia, cuando serian trasladadas de regreso a Ensenada.
La tristeza y el desconsuelo de la joven Virginia era tan evidente, su bella cara reflejaba el dolor intenso, sus mejillas mojadas por las lágrimas que constantemente corrían por ellas. Esto no pasó desapercibido para el joven Camilo Capolla, fogonero del Curacao, de origen italiano, joven y soñador, quien de inmediato sintió una profunda empatía por la joven Virginia y que al enterarse de los detalles de sus tribulaciones le propuso matrimonio, Así, de repente y ofreciendo un rayo de luz de esperanza. Sin pensarlo dos veces, Virginia acepto y con gritos de alegría les compartió las noticias a su hermana y madre.
El joven Camilo, a toda prisa fue a entrevistarse con el Juez de Paz, el honorable Thomas F. Dunn, quien con interés escucho la plegaria que le hacia el joven Capolla. El señor Dunn accedió a cumplir la petición que se le presentaba y acudió, acompañando al buen Camilo hasta los muelles comerciales donde se encontraba el Curacao. Ya habían terminado las maniobras de descarga de la embarcación y, ya libre de peso, la cubierta estaba varios metros sobre el nivel del muelle. La escalerilla para descenso del pasaje se había retirado y solo había, como vías de acceso una ruda escalera, de cuerda que pendía verticalmente al costado de la borda. Con grandes trabajos el inexperto, en materia marítima, el honorable señor Dunn logro abordar el Curacao. Después de las preguntas de rigor y de obtener la autorización de la madre de Virginia realizo la ceremonia donde unía en matrimonio legal y formal a la joven pareja. Una vez casados Camilo y Virginia pidieron traer al Inspector de Inmigración De la Torre quien, de inmediato, autorizo a Virginia para que desembarcara. Solamente a ella. Concepción, sus hijos y su madre permanecieron a bordo del barco. Diariamente cuando Camilo se presentaba a trabajar, Virginia lo acompañaba y las hermanas y su madre lloraban en silencio, la fecha de que el barco zarpara se acercaba, uno, dos tres días y era el mismo peregrinar. La postura del Inspector De la Torre era inflexible. Las influencias del honorable Juez Dunn no eran suficientes para ningún logro positivo. Ya era sábado, el barco ya estaba cargado y preparado para salir muy por la mañana del día siguiente, domingo. Ese día en el periódico local se publicó un reportaje con todos los detalles. Una cantidad considerable de personas se reunieron al costado del barco y al cabo de un par de horas, el comisionado de migración en San Francisco, dio la orden de que se permitiera el desembarco de las cuatro personas, siempre y cuando el fogonero Capolla se comprometiera a proveer lo necesario para que ninguna de sus nuevas parientes se convirtiera en carga al estado. Como toda historia de romance, termina con felicidad para todos los participantes.