Crecer y atender escuela primaria antes de la mitad del siglo pasado le permitía a nuestras mentes, jóvenes e impresionables, aprender lo esencial, escolarmente hablando, y a la vez, descubrir algo de este mundo maravilloso. Nuestros maestros, con las deficiencias, comparadas con el progreso de la ciencia, nos ilustraban, lo mejor que podían sobre el mundo de nuestro alrededor.
Nos hicieron conocer, sin estar ahí, los mundos ajenos y propios y sus grandes maravillas. Nos hablaban de los grandes reinos, animal vegetal y mineral. De las grandes riquezas que nuestro suelo mexicano tenia, petróleo, oro, plata; recuerdo que nos presentaban el mapa de México como si fuera un “Cuerno de la abundancia” Se recalcaba que éramos los primeros o muy cerca de los primeros en esto y aquello. Aun a la fecha es fomentada la idea de la “exclusividad” y de la singularidad. Somos poseedores en exclusivo de plantas, de animales y de minerales. Nos hace sentir orgullosos de eso y, desde que lo aprendimos hasta el fin de nuestras vidas vivimos con ese orgullo.
En estos días realizamos un viaje por la costa central del estado vecino de California, Estados Unidos con el objeto de documentar parte de las andanzas del hoy santo Junípero Serra y cuya reseña deberá de ser motivo de una publicación especial en el futuro próximo.
Sin embargo, retomando el prólogo de esta entrega, quiero compartir una experiencia y un conflicto de “sentimientos de exclusividad”
En la escuela, allá por 1949 entre muchísimas maravillosas descripciones de nuestra Baja California nos enseñaron que en la remosta y solitaria Isla Guadalupe, Baja California habitaban unas “focas” de gran tamaño, con una “nariz” protuberante, llamadas Elefantes Marinos (Mirounga angustirostris) cuya presencia era “única en el mundo” Nos enseñaron, incluso viejas fotos en blanco y negro donde veíamos estos majestuosos mamíferos. Nuestras mentes infantiles quedaron, firmemente gravados esos animales y su gran importancia para nuestra Baja California.
Algunos años después, allá por 1964, acompañando al Director de Pesca en México, a un viaje a San Diego, tuvimos la oportunidad de ir a conocer “Sea World” recientemente inaugurado. Maravillados por la atracción y los espectáculos, el original Shamu y los delfines. En exhibición uno podía ver morsas, focas, y, ¡Oh Sorpresa! Elefantes Marinos.
Momentos de gran contento conocer, en “persona” aquellos animales y su relación con Ensenada.
Tanto el Director de Pesca como los jefes regionales de Ensenada, San Diego y San Pedro, California (México contaba con oficinas de pesca en estas ciudades americanas) con asombro se percataron de que “nuestros” Elefantes Marinos habían sido “secuestrados” de “tierras mexicanas” y llevados de “contrabando” a suelo americano, donde, ahora, se encontraban en calidad de criaturas de circo.
Se habló de una demanda internacional, de hacer un reclamo diplomático, de exigir su regreso a su “hábitat natural”, en fin, el enojo era tal que casi se preveía una invasión armada para lograr el rescate de las víctimas.
Nada, absolutamente, nada paso. No se pidió, siquiera, una explicación sobre su origen y demás detalles.
En este viaje, del que hablaba por la costa central de California, pasamos por un lugar llamado Piedras Blancas, al norte de San Luis Obispo, por el área del famoso Castillo Hearst. Ahí, en la blanca arena y viviendo plácidamente desde cientos y quizás millares de años hay decenas de Elefantes Marinos. Viviendo una vida placentera en plena libertad y armonía. Protegidos del depredador humano y reproduciéndose de tal manera que nos aseguran de su presencia sin riesgos de extinción.
El sentimiento de saber que no somos los únicos “dueños” de estos animales nos da una lección de humildad y realidad.