Cuando escuchamos estas palabras juntas sabemos que se trata de una situación común y que se esconde detrás de la normalización social de la violencia en donde de tanto vivirla, cada vez es menos visible incluso en sus manifestaciones más crudas. ¿Hasta dónde llega en nuestro Estado?
El acoso sexual se define como una forma de obtener favores sexuales por medio de ciertos comportamientos hacia personas de cualquier género, valiéndose de una jerarquía derivada de relaciones laborales, docentes, domésticas o cualquier otra que implique subordinación.
Según algunos de los hallazgos de la encuesta realizada este mismo año por la Casa IMERK (Opinion & Market Intelligence) de Tijuana, la incidencia en aquel municipio ha aumentado (21.1%) sobre todo en hombres (27.3%) y jóvenes de entre 18 y 25 años de edad (30.8%), siendo el trabajo (50%) y la escuela (36.4%) los lugares donde se da mayoritariamente.
Mientras tanto, según esta misma encuesta 2 de cada 10 personas mayores de 18 años han sido acosadas sexualmente en Rosarito.
En cuanto al género se arrojó que aunque las mujeres seguimos siendo más frecuentemente afectadas (21.4%), la cifra de hombres ha aumentado (8.3%).
En Ensenada, el 4.2% de las personas encuestadas conoce a una persona que actualmente está siendo acosada en una dependencia pública. En todo el Estado hay cifras variantes sobre personas entrevistadas que saben de alguien que está viviendo acoso y estas van del 6 al 9 % según municipio y contexto.
En Mexicali 9 de cada 10 personas menores de 65 años y 6 de cada 10 mayores de 65 saben que es un delito.
Durante este año solo el 0.9% de las personas acosadas procedieron legalmente contra las personas acosadoras, cifra nada alentadora ya que en el 2014 fue del 4.7%.
Con este vistazo al panorama estadístico de esta forma de violencia podemos observar cómo va en aumento y que es prioritario, por no decir urgente, que se redoblen esfuerzos no solo por informar sobre las formas de violencia a las comunidades y de las formas de intervención que existen en caso de que esta surja. Respecto a esto, en verdad puedo decir que soy testigo de un trabajo muy completo desde varias vertientes, si bien todo es perfectible.
Aún hace falta mucho trabajo de educación y la congruencia de las sanciones al tamaño de las ofensas en más de un contexto.
Un comienzo en la parte de educación es enseñar a niños y niñas otras opciones de convivencia y empezar por no decirle a las niñas cuando un niño las molesta “lo que pasa es que le gustas”, porque lo que enseñamos es que el acoso es una forma de coqueteo, y posteriormente hasta con estímulos sexuales efectivos. Esto solo es un ejemplo.
En cuanto a sanciones basta con la aparentemente sencilla cuestión de que maestros, empleados, jefes, directivos y personas alrededor de un caso de acoso no se hagan de la vista gorda ni digan frases como “se lo buscó” o “son cosas que pasan”, pues si algo funciona con todas las edades para dar estructura es precisamente que los reglamentos se cumplan y que las cosas tengan la dimensión que realmente merecen.