Pudieron haberlo hecho en otro lugar, en otro horario y quizás en otro día. Pero no. Escogieron un sitio saturado de personas, ubicado a solo unos metros de la avenida Reforma, apenas minutos después de las 22:00 horas y en sábado.
Como si la intención no solo haya sido ubicar a una persona entre la multitud que se encontraba en el lugar, sino al tiempo lanzar una advertencia intimidatoria y amenazante.
Intimidatoria y amenazante para todos. Para quienes se mueven en el mundo de la delincuencia, para las autoridades que se presumen organizadas y para la sociedad en pleno.
La noche del sábado próximo pasado, los asesinos llegaron al palenque. Llegaron como llegan los asesinos, a lo suyo. Y así actuaron. Sin miramientos, sin consideraciones. Sin importar en lo más mínimo que en el lugar se encontraban hombres, mujeres y niños.
Llegaron, agredieron y se fueron. Se fueron igual como llegaron. Por ese callejón estrecho que comunica a la Reforma, cuando aún no eran las 23:00 horas y en pleno sábado.
Desafiando todo, o sintiéndose al amparo de todo.
Tras ellos una estela de terror. Muertos y lesionados. Cientos más en “shock”. Y como no estar en “shock” cuando se toparon de repente con la muerte. Y como no estar en “shock” cuando esa noche de sábado les marcó para siempre.
Y es que pudieron haberlo hecho en otro lugar, en otro horario y quizás en otro día.
Pero no. No lo quisieron así. Como si la intención no solo haya sido ubicar a una persona entre la multitud, sino de paso intimidad y desafiar. Y vaya que lo lograron.
Intimidación y desafío que alimentan la impunidad y hacen polvo la confianza ciudadana.
Y no es para menos. En serio que no.