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Estamos aquí

Día de la Tierra

  
Nota publicada el 22 de abril de 2016
por Manuel Sánchez

El 22 de abril se conmemora el Día Internacional de la Tierra, fecha en la que se recuerda la sensibilidad de nuestro planeta. La transformación que hemos llevado a cabo de nuestro entorno ha sido profunda, y en muchos casos irreversible, afectando no solo a distintos seres vivos sino también a nosotros mismos.

En medio de esta transformación rapaz de la tierra, nos hemos olvidado que dependemos de ella más de lo que ella depende de nosotros. Con esta efeméride, la ONU pretende recordar que cuidar el planeta es un acto de profundo respeto a nuestras generaciones futuras, a las otras especies y a nosotros mismos.

Un aspecto que me ha fascinado desde que empecé a estudiar a las culturas autóctonas de Baja California es su adaptación al entorno. Algunos autores, como el reconocido doctor Miguel León Portilla, llegaron a mencionar que los grupos yumanos tenían una forma de cultura fosilizada del paleolítico. Una forma de desarrollo inferior, comparada con las culturas mesoamericanas. Nada más lejos de la realidad. Los yumanos tenían un profundo conocimiento de su entorno, de las plantas y de las épocas del año. Ese conocimiento ancestral les permitió sobrevivir ahí, en donde los europeos fracasaron repetidas veces.

Pero no sólo era un conocimiento para la sobrevivencia sino uno que les permitía desarrollarse, aunque definido de manera muy distinta a como lo entendemos ahora. Era un equilibrio con el ambiente que resonaba armónicamente con el crecimiento demográfico, el gasto de agua, la recolección de frutos, el aumento de flujo del delta de Río Colorado y las épocas de abundancia en las bahías, en donde distintos moluscos y peces crecían. Para los europeos, la actividad semi-nómada era signo de falta de civilización; pero en realidad, los yumanos habían encontrado el mejor equilibrio para vivir en esta zona del planeta.

Las habilidades de adaptación no se limitaban a la esfera de los recursos naturales. Los indígenas de la región supieron cómo afrontar la llegada de los españoles. Cuando en la región se instalaron los dominicos y franciscanos, se puede leer en sus diarios la constante queja hacia el poco trabajo que estaban dispuestos a realizar los indígenas, a su tendencia a regresar al estado salvaje, a la pereza y desobediencia. Aunque no estaba ausente la reacción beligerante, los yumanos demostraron estrategias de resistencia pasivas que resultaron mucho más efectivas que un enfrentamiento armado frontal.

Prueba de ello: aún están aquí.

No pretendo con esto contribuir al concepto de lo indígena como la mejor forma de vivir, o la forma genuina de ser amigables con el medio ambiente. La filosofía detrás de estas formas de vida, filosofía que sobrepasa a la noción de lo indígena, es sencilla: si no te doblas, te rompes. Muchos han querido pensar lo indígena como una forma de ser, cristalizada en el tiempo. Lo indígena debe ser de una determinada manera, comportarse de una manera, vestir de una manera. Pero contra ese esfuerzo que, para variar, emana desde el centro del país, se impone la filosofía del desierto.

No es una completa apertura a olvidar quien se es para sobrevivir, como se pueda, al entorno. Es una sensibilidad al cambio y una disposición a la negociación. Aunque en la creencia de que somos nosotros quienes ponemos las reglas de la negociación se nos acaba el tiempo. Llegará un momento en donde simplemente ya no tendremos posibilidad para negociar y el cambio deberá ser contundente... o morir.

¿Somos lo suficientemente sensibles? ¿Estamos dispuestos a mirar el ritmo del planeta y cambiar el nuestro?

¿Queremos seguir estando aquí?

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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