Allá por 1949 o 1950, a espaldas de nuestra casa, vivían unas personas relacionadas con las familias Irigoyen y/o Egozcue, dedicados a criar borregos. Por la cercanía a nuestra casa se entabló una cierta amistad de vecinos. Recuerdo haber visitado la casa en mención, un par de ocasiones. Conocí a quien deberían de haber sido José y Pedro Irigoyen, esas personas eran de origen vasco y mi madre siendo catalana pudiera haber tenido alguna afinidad en general.
En cierta ocasión fuimos invitados a pasar el día en su rancho cercano. Recuerdo que mi madre decidió que podíamos ir caminando, ella y yo, y que mi padrastro nos alcanzaría en ese lugar cuando se desocupara de sus labores en El Sauzal.
Salimos a media mañana, caminando por la calle primera rumbo al este hasta llegar a la “Y” griega de la avenida internacional. Cruzamos la calle y continuamos por la orilla del camino, aun sin banqueta hacia el sur. Del lado izquierdo había unos barrancos donde yo acostumbraba jugar con mis amigos. A unos 200 metros estaba la agencia de tractores John Deere. Había un tractor en exhibición frente al edificio casi en la esquina de la mencionada Internacional y el camino de tierra que se iniciaba a la izquierda, rumbo al este, (hoy en día ese crucero es el de las avenida Reforma y Delante.
Caminamos por la terracería, teniendo unos campos sembrados de trigo al lado izquierdo. Por el lado derecho, sur, no estaban sembrados. Caminamos por largo rato, supe después que fue un kilómetro.
No había absolutamente ninguna casa en nuestro camino (por el lado norte del camino) sin embargo, había unas cuantas casas cruzando la calle (sitio de la futura colonia Cuauhtémoc). Finalmente llegamos a donde se iniciaba el rancho. (Hoy esquina de las avenidas Delante y México), torcimos hacia la izquierda y a unos 100metros estaba la entrada del rancho. Recuerdo que la casa se encontraba a cierta distancia, parcialmente escondía por unos gigantes (así me parecían) eucaliptos. Note que de uno de ellos pendía una soga con un neumático de automóvil atado en su extremo inferior. Había unos 2 o tres automóviles y unas cuantas personas que charlaban con un tono de voz que me resultaba ininteligible. Entendía las palabras mas no las frases. Vi que algunos niños jugaban en el área de los árboles y note con agrado que usaban la llanta colgada como columpio. ¡Era el columpio más grande del mundo!, de eso estaba seguro. Me acerque con el objeto de admirar tal maravilla de cerca. Y, ¡para pronto! Sin mediar introducción, presentación o cortesías, como si fuéramos estudiantes de escuela primaria a la hora del recreo, ya estaba yo, metido a medias sobre mi estómago en el centro de la vieja llanta. ¡Imagínese! Yo paseándome en el columpio más grande del mundo!
Fueron muchos los juegos que disfrutamos. Esconderse en una casa de rancho, con muchos fierros y aparatos. Patear el bote y salir corriendo. En fin, un terreo fabuloso para nuestras chiquilladas.
En uno de los extremos de la casa había una fogata de buen tamaño. Sobre de ella atravesado en un fierro habían colocado un borrego entero y, a mano, lo giraban de vez en vez. Solo en películas de vaqueros había yo visto algo semejante. En una mesa a un lado había varios platos, todos con comida de varios colores y sabores. Una tina tenia refrescos Victoria que podíamos pedir que nos diesen alguno de nuestro sabor favorito.
Mi padrastro Don Vicente, llego al caer la tarde y la charla de los adultos continuaba sin cesar.
Los juegos en la oscuridad fueron, para mí, una innovación en las aventuras y diversiones.
Llego la hora de partir y nos retiramos del rancho.
Nunca más, tuve la oportunidad de visitar el interior del rancho. Sin embargo impregnados indelebles, los recuerdos quedaron grabados en mi memoria.
De eso hace 66 o 67 años. Los eucaliptos de los que hablo, son lo único que da vestigio de ese lugar, aún pueden verse en el centro del hoy fraccionamiento California. A unos cuantos metros de la Ave. México y al sur de la Ave. Delante.