Un espacio sobre sexualidad no estaría completo sin hablar sobre los mitos que hay alrededor del amor, pues si bien hoy en día podemos distinguir algunas creencias infundadas que plagan nuestra sexualidad y tenemos ya muchos espacios en los cuáles aclarar que, por ejemplo, el sexo oral no hace ningún daño si lo practicamos adecuadamente, acerca del fenómeno que más nos acerca sexualmente, el amor, hay poco que se haya dicho tan certeramente que haya provocado un eco similar a las investigaciones de Alfred Kinsey a mediados del siglo XX.
Por el contrario, pareciera que tenemos grandes vertientes y desacuerdos incluso dentro de los gremios que nos dedicamos a la psicoterapia individual y de pareja que nos llevan a no avanzar, y además existen los libros de autoayuda que de repente tampoco ayudan tanto como dicen.
Si a eso le agregamos que las obras literarias, telenovelas y las películas románticas nos han venido reforzando ideas sobre las relaciones de pareja desde nuestra más temprana edad, no es sorprendente que sea en el amor donde tengamos más conflictos.
Una de las ideas que más se refuerza al final de estas historias es que el amor prevalece y la película o telenovela termina cuando los protagonistas finalmente se casan, se quedan juntos o finalmente se besan. Lo que sigue después, se asume como que será tan feliz que no merece seguir la trama, lo que intenta reforzar que la gente se siga casando para mantener el funcionamiento de la sociedad como lo conocemos actualmente, es decir, no es casualidad.
La cuestión con el final feliz es que pocas veces se nos inculca algo para la vida posterior a las primeras dos o tres semanas de vida cotidiana en pareja. El amor es para muchos lo más hermoso a lo que podemos aspirar y hay muchas ansiedades a partir de la idea de tener o no tener una pareja estable o una boda. ¿Pero qué pasa después?
Algo de lo que veníamos hablando en la nota pasada es de la aparición de la decepción en la vida en pareja, lo cual no debería ser ninguna catástrofe sino una parte importante de la relación. La idea del final feliz debería verse entonces como un momento cumbre de la relación pero no como un final, pues esos momentos se pueden vivir después en formas e intensidades diferentes.
La cuestión es que no los viviremos siempre, ni nos sentiremos eternamente enamorados y sin conflicto después de casarnos o juntarnos. A veces vemos este avance en nuestra relación como una solución a algún problema que tenemos en el noviazgo.
Al contrario, casi todas las parejas experimentan el primer año de relación cotidiana como un estado de crisis en el que eso de adaptarse conlleva más dificultades que las que incluso sus propios padres pudieron haber advertido en algún momento.
Más bien se da un fenómeno similar a lo que se daba antes con las hijas y el sexo: Las madres de las novias les contaban con discreción a sus hijas casaderas lo que les esperaría sin entrar en muchos detalles que las sonrojaran. Así, sobre la marcha, después de juntadas/casadas algún consejo podían darles pero no antes. Desde luego, en este sentido tampoco se puede generalizar.
Solemos esperar que al llegar a esa cotidianeidad todo sea para mejorar, que la pasión seguirá durante largo tiempo y que las cosas de generación de hábitos de la pareja fluirán siempre sin mayor conflicto, desde luego, como nosotros queremos. El detalle es que la otra persona piensa lo mismo.
A eso hay que agregar que la pasión y la cotidianeidad no se llevan muy bien. Por tanto, la idea es que ese final feliz sea más bien un comienzo del reto de ver nueva a nuestra persona amada todos los días. Esto incluiría no dejarnos llevar por nuestras ideas que pueden incluir que la rutina es algo que mata la relación, sino verla más bien algo que la sostiene.
Tomar estos retos en nuestras manos siempre será beneficioso para nuestra vida sexual, pues estaremos siempre amando a una persona distinta de la que nos dio ese final feliz hace un año, hace diez o una vida.