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¿Quién fue “La Chena” de Real del Castillo?

Pintoresco personaje del tiempo de la fiebre de oro.

  
Nota publicada el 1 de diciembre de 2016
por Rafael González Bartrina

Según nos detalla la historia de Baja California, por allá por el año de 1870 se hicieron públicos los hallazgos de oro de placer en el Valle de San Rafael. El periódico San Diego Union del día 21 de julio de ese mismo año publicaba la crónica de que un par de gambusinos mexicanos habían llevado, para su venta, unas dos onzas de oro en greña y una piezas de cuarzo con casi la mitad formado con oro. Ya hemos comentado como la noticia causo que una gran cantidad de personas se dirigieran de inmediato en una reacción en cadena reminiscente de la fiebre de oro de California en el área de San Francisco en 1849.

Una de las primeras minas que se otorgó en posesión fue la denominada “Mina del Pueblo” a los hermanos Ambrosio y Manuel Del Castillo, y entre otros a Ángel Cañas y Manuel Moreno. Los frutos de la minería fueron inferiores a las expectativas, sin embargo como efecto colateral la agricultura, el comercio y la ganadería tuvieron un auge, debido principalmente a la presencia de ese grupo poblacional que se asentó en el mencionado valle.

La necesidad de formalizar la situación del poblado tomo forma y ya para antes de finalizar el verano de 1870 un grupo de 112 residentes presentaron formalmente la solicitud para formalizar la fundación del “Pueblo y Real del Castillo, en el Valle de San Rafael” entre los firmantes aparece el nombre de Merced León y se cita la edad de 40 años. La herencia oral que ha subsistido ya por

casi 150 años nos refiere que una persona de ese nombre o muy parecido, habitaba en dicho tiempo y en dicho poblado.

En esta reseña del día hoy quiero hacer mención sobre la presencia de esta mujer. La conocían como “la Chena”, su vivir era en una cierta forma irregular. No se le conocía a ningún familiar, no tenía pareja. Sus características no eran de las más recomendables en una mujer. Su vestimenta era la de un gambusino, sin aseo y sin cuidado físico. Usaba un sombrero de fieltro sumido hasta sus orejas, ocultando su pelo, desgreñado y maltratado. Pantalones de mezclilla con una rienda de cuero por cinturón. Botas mineras que denotaban el uso de, ya, mucho tiempo. A la cintura, fajada una pistola calibre 40, que se decía se la había quitado a un extranjero que después de emborracharla la violo. La Chena, dicen, se cobró la afrenta con la pistola, las botas y la vida del intruso. No era nada fuera de lo común verla caminando en la penumbra por las afueras del poblado, con ambas manos ocupadas, ya por cigarro, ya por la botella

Se alimentaba de lo que la gente le compartía, aunque no se podría definir como limosna o misericordia, hay quienes dicen que las atenciones que ella recibía eran, o en repago por algún servicio recibido o en muestra de buena voluntad, “por si acaso”, decían. Su vocabulario no delataba ninguna procedencia en especial ni, mucho menos, alguna educación. Gustaba de reunirse con los demás gambusinos ya al pie de la fogata o bajo alguna sombre a compartir las bebidas espirituosas que hubiera a su alcance. Aceptaba el cigarrillo o el cigarro puro sin desdén y su vocabulario florecía al acorde de la ebriedad.

Gustaba de ver juagar partidas de naipes, no jugaba, sin embargo. Era pronta en responder cualquier comentario y ruda, hosca y brutalmente insultante cuando alguien la ofendía. Pasaba de las palabras a los hechos, de las miradas a los golpes y de la cantina a la cárcel, todo esto en una sucesión natural y metódica. Fueron muchas, pero muchas, las noches que durmió la mona tras de barras y algunas, que dieron motivo a solidificar su leyenda, que a medias de las altas horas de la madrugada fue despertada por el celador en turno para liberarla. ¿Por qué? Se preguntara el amable lector. Pues nada más porque tenía que hacer su trabajo. Nuestra heroína del día de hoy, era todo, y más, lo que la leyenda cuenta, pero, era y la realidad lo avala, también, la partera del pueblo. Y la cigüeña parece esperar las horas más imprudentes para realizar sus entregas.

No encontramos información final sobre que sucedió con La Chena. Desapareció, un día, tal y como había aparecido.

Datos históricos: Jorge Martínez Zepeda

Fotografía: Graciela Trabado Vélez, Fiestas de real Del Castillo, 2006

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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