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De fallas y de miedos; de obligados empiezos

Revelaciones

  
Nota publicada el 31 de mayo de 2017
por Alfredo Mendoza Rodríguez

Semanas atrás reflexionaba con varios compañeros periodistas sobre el descompuesto entorno social en que estamos inmersos. Y coincidíamos: las cosas pintan para llegar a niveles nunca antes vistos por los ensenadenses. Y sí, las cosas ya llegaron a esos niveles tan no deseados.

A esos niveles donde el miedo se hermana de la desconfianza. Donde el temor taladra y carcome, donde el encierro y la apatía parecen la mejor medicina para desligarse de una realidad que estruja.

Veamos.

En la parte sur del municipio, específicamente en el Valle de San Quintín, el número de víctimas mortales ya superó los registrados durante todo el año pasado (2016). Acribillamientos, agresiones, atentados. Del otrora prospero valle agrícola la región se emerge como un espacio donde la violencia impera.

Y si eso ocurre en la parte sur, en la zona urbana de Ensenada la situación no es menos alarmante. Asesinatos a plena luz del día, en cortejos fúnebres, frente a escuelas, en complejos residenciales; contra comerciantes, abogados y mujeres.

Asesinatos y más asesinatos. Asesinatos, ajusticiamientos, impunidad. Sí, esta maldita impunidad que se agiganta y que extiende sus tentáculos a todos los estratos y sectores.

El robo de vehículos, a casas habitación, tiendas de conveniencia, abarrotes, talleres mecánicos y supermercados se ha disparado muy por encima de otros años. Tan se ha disparado la actividad delictiva que se ha vuelto una lectura común y poco rentable en los medios.

A pocos sorprende hablar de robos y asaltos. Sorprende mas el método que no el hecho por sí mismo.

El narcomenudeo. Sí, el maldito narcomenudeo como nunca antes. El narcomenudeo y todas sus consecuencias. Consecuencias que merman, que socaban, que sofocan.

Por la ciudad, por todos sus rincones, miles de enfermos por el mal de la drogadicción la recorren en busca de la dosis que los mantenga en pie, vivos. Y en ese recorrido convertido en torrente se arrastra todo. Integridad, dignidad, patrimonio, familia.

Varios cientos de personas en situación de calle parecen invisibles para una sociedad que se niega a verlos. Pero ahí están. De carne y hueso. Con sus carencias, con sus urgencias, con sus prioridades. La mayoría quizás esperando una ayuda que se ve distante.

Y si la ayuda se ve distante, mucho más lejana la intención de la autoridad para indagar identidades, procedencias, antecedentes. Nada.

Y por si algo le faltara a este menú de quebrantos y tumbos, la saña. La saña que nos desnuda y nos exhibe. La saña que nos exhibe mucho más frágiles de lo que pensábamos. La saña que nos arranca a personas de bien, a seres queridos, a gente buena. La saña que es consecuencia de un entorno social lastimado, herido, agonizante.

Es evidente que como sociedad hemos fallado. Que seguimos fallando.

Que estamos recogiendo apenas el fruto de lo que hemos sembrado; que el pago de facturas resulta inevitable.

Reflexionaba semanas atrás con compañeros periodistas sobre el descompuesto entorno social en el que estamos inmersos. Y coincidíamos: no todo está perdido.

Claro que no. Que hay mucho por hacer, por supuesto que sí. Pero en este “mucho por hacer” lo primero es aceptar culpas y fallas para luego apuntar hacia mejores horizontes.

Que será una tarea sumamente complicada, pues sí.

Pero mil veces preferible enfrentar una complicación de ese tamaño que apoltronarnos a contemplar nuestra propia destrucción.

Mil veces.

Alfredo Mendoza Rodríguez. El autor es periodista y sociólogo.
 
 

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