De la plática imaginaria entre Nemesio García Naranjo y don Benito Pablo Juárez García, continuamos con esta segunda parte.
Continúa hablando Benito Juárez---de mi vida, sacan a relucir en las fiestas, y en los acontecimientos sociales, únicamente tres o cuatro episodios de mi personalidad y de mi vida esos más o menos heroicos y en las que siempre aparezco en la misma actitud impasible y con el gesto hierático que murmura el consabido apotegma que ellos mismos violan continuamente: ¨El respeto al derecho ajeno es la paz¨.
Aparte de que reclamo un poco más de vida, con ensueños y amor, afectos de esposo, de padre y de patria, considero que los que luchamos en el tiempo llamado reforma, no tratamos ni pensamos en esclavizar a las multitudes, como actualmente tratan de hacerlo líderes venales y mandatarios ambiciosos. Nos equivocamos o acertamos, no es a nosotros a quien nos toca juzgar, simplemente puedo manifestar que como hombre pisé terrenos que quizás eran vedados para mí, pero en mi ambición, netamente humana, no reflexione que pudieran acarrear los trastornos que posteriormente, gentes sin conciencia y sin responsabilidades como mexicanos, han querido volver a pisar en mi nombre y actuar como si yo se los hubiera mandado.
Nos lanzamos a la aventura de darle a México instituciones nuevas. Al principio avancé lentamente, pero luego me encontré con que ya no podía retroceder, sentí miedo. Pero las circunstancias me empujaron, mi vida se llenó de inquisiciones, de dudas.
Y precisamente mis dudas empezaron cuando renuncié a mi carrera de sacerdote que se abría a mis pasos, no porque me faltara la fé al catolicismo sino porque comprendí que no era para mí ese camino.
Dude igualmente al entrar a la revolución de Ayutla, duda en recoger la bandera que caía de las manos de Comonfort y mi gran duda, en la vida fue la de separar a la Iglesia del estado. Este fue un paso del cual jamás pensé la trascendencia y la significación que darían gobernantes posteriores llenos de ambición e interés. Del se valieron gentes que me odiaban, para obligarme a dar pasos adelante y que yo no podía volver atrás.
Me ataron con cables, enemigos que antes se habían fingidos amigos y despertaron en mi la pasión de la ambición y segaron mi pensamiento para proveer las consecuencias futuras. Pero mi vida fue una duda perpetua una lucha continua conmigo mismo y con los que se fingían amigos y con los que eran enemigos.
Y si se achaca a los del partido contrario el haber llamado a los extranjeros a México, me podrían, a mi achacar lo mismo cuando llame en mi ayuda a los Estados Unidos del Norte. Pero como en ellos existió la duda, y existió el deseo de conservar el poder fomentando la ambición de Napoleón III, pero deseando el triunfo de su pensamiento, también yo dude cuando al solicitar la ayuda del coloso del norte. Sabía que fomentaba la ambición del mismo y los deseos de rapiña para nuestro territorio nacional. (Continuara).