Recientemente en la Universidad de Kaposvar en Hungría hicieron una modificación muy peculiar a su reglamento: prohibieron el uso de la minifalda de entre las posibilidades de vestimenta para las chicas.
La reacción por parte de los estudiantes, tanto hombres como mujeres, fue de disgusto por ser una medida sexista que impide el placer de portar y lucir una prenda femenina por excelencia y de decidir cómo vestirse en las mujeres. Dicho sea de paso que los hombres se unieron a la huelga por el obvio impedimento del disfrute de su vista y para el apoyo de sus compañeras. Ambos géneros acordaron comenzar ir a la universidad en ropa interior.
Esta inusual prohibición pone de manifiesto el hecho de que todavía tenemos mucho que cuestionar y reconstruir en todas nuestras sociedades acerca de las construcciones de género, pues la nueva regla vino aparentemente sin una justificación razonable ni una contraparte para los estudiantes de género masculino.
Cuando hablamos de las expresiones de la sexualidad siendo infinitas, dentro y fuera del coito, podemos basarnos en un criterio de que el límite para ejercer o no nuestra libertad de decisión es cuando dañamos a otras personas en su integridad física o moral, lo cual no es el caso del uso de la minifalda por corta que esta sea.