Hace unos días encontré una noticia repetida en muchos medios electrónicos sobre una reportera llamada Andrea Vilash que trabajaba para Paranoia TV. Fue despedida a partir de la viralización de un video donde La Original Banda El Limón de Salvador Lizárraga la presiona hasta lograr que se despoje de una de sus prendas íntimas a cambio de algunas respuestas que no eran precisamente referentes a su música.
Se menciona en algunas de estas notas sobre el acoso y la violencia de género de la que la reportera fue objeto durante la entrevista. Podemos hablar de diferentes términos para referirnos a la presión social ejercida sobre las personas para hacer cosas en contra de su voluntad aun si aparentemente acceden como parte de un juego o no como sucede en muchos casos de acoso sexual escolar o laboral, abuso sexual o incluso violación.
Hablando de números, en el lugar estaban 17 hombres y la reportera, y hay muchos más comentarios en las redes sociales sobre el comportamiento de ella que del de ellos. Lógicamente la toma nunca se alejó de ella y esto hace un foco de atención importante. Aun así, el porcentaje de casos de sobrevivencia a la violencia de género en cualquiera de sus formas es mucho mayor en mujeres que en hombres, debido a la histórica costumbre de señalar a la mujer como culpable de lo que le sucede a ella y a los que están a su alrededor.
Aclaro que esto no exenta a la reportera de su responsabilidad en hacerse respetar por la banda ni de su decisión de acceder a los deseos de ellos en lo que parecía carente de todo aire periodístico. Sin embargo, los mecanismos que se activan cuando nuestra integridad está en peligro (física, moral, laboral, etc.) son complejos y dejan pocas opciones de reacción, en especial si la violencia, implícita o explícita, es ejercida por más de una persona.
Por último cabe destacar que hay formas de violencia que no son tan claras ni tan vistas como su manifestación física, y hay comportamientos cotidianos que están categorizados como tales y que están tan sedimentados que ya no los vemos así. Analizando nuestros juegos, piropos o maneras de relacionarnos podemos encontrar que aquello que nosotros tomamos como un simple saludo puede ser vivido por otra persona como un evento violento que puede subir de tono progresivamente sin que nos demos cuenta y terminar en un ciclo de violencia de proporciones bastante serias.