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Recuerdos de una navidad con mi nana

Anécdotas de Oscar Villarino

  
Nota publicada el 19 de diciembre de 2013
por Oscar Villarino Ruiz

Ahora que se acerca la navidad, la memoria me trajo los recuerdos de las fiestas de navidad que pasamos cuando aquí en Ensenada vivían mi Tata y mi Nana.

Ellos eran, Victoriano Ruiz Yepiz y Flora Romero, se conocieron en San Diego, luego se fueron a vivir a El Rosario y después llegaron a residir en Ensenada. Fueron fundadores de la colonia Obrera y vivieron por la Avenida Juárez entre Rayón e Iturbide. Después vivieron en la Calzada de las Aguilas y Allende de la colonia Independencia y de ahí se fueron a la colonia Hidalgo, en la Av. Juárez entre 1ra. Y 2da.

Tuvieron nueve hijos: Leonel casado con Elvira Camarena; Leonor casada con Gregorio Villarino; Gloria casada con Oriol Collins; Guillermo casado con Eva Camarena; Dalia casada con Ramiro Sánchez; Yolanda casada Bernabé Villavicencio; Lidia casada con Rodolfo Calderón; Evelia y Víctor y para esas fechas, los sesentas, mas de 35 nietos.

Al acercarse la navidad, mi Nana sacaba, no sé de donde, cajas que contenían las piezas de un nacimiento de yeso, de un tamaño entre 20 y 30 centímetros de altura y lo montaba en la sala de su casa con tierra, paja, madera, luces y estrellas y los tres reyes magos y el pesebre que permanecía vacio hasta el 24 de diciembre en la noche. También montaba un árbol de navidad adornado majestuosamente.

En la casa de mi Nana, disfrutábamos la navidad: tíos, tías, primas y primos. Una gran reunión en torno al festejo, ahí dormíamos y esperábamos la llegada de Santa Clos y de los regalos.

Las mujeres ayudaban a mi Nana en la preparación de la comida: pozole, menudo, tamales, ensaladas, frijoles, pastel, buñuelos, bolsitas de dulce. Los hombres apoyaban en lo que podían y en una amena plática acompañada de bebidas generosas, esperaban la cena y la llegada de la navidad. Los primos jugando, platicando, tronando cuetes en aquellas calles de tierra, estrenando ropa y esperando el juguete deseado, pedido al Santo Clos en una cartita. Cenábamos antes de las doce, éramos más de 50 para esas horas.

Pasadas las doce se abrían los regalos, jugábamos un rato y a dormir. Los adultos le seguían, unos se amanecían. Llegaba el recalentado, el menudo para aquellos que se habían alegrado la noche con vinos y bebidas generosas. Los niños y jóvenes esperábamos el amanecer para jugar con nuestros juguetes.

No fue una vez, fueron varios años de estas concentraciones familiares convocadas por mi Tata y mi Nana.

Años después, cuando los abuelos se fueron a vivir al otro lado, aquellas navidades no volvieron a darse, pero el poder de convocatoria de mi Nana nunca lo perdió. Allá junto a los que allá estaban, y cada vez que venía a Ensenada, en menos de una hora ya estábamos reunidos sus hijos y nietos que aquí nos quedamos a vivir

Oscar Villarino Ruiz.
 
 

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