Este texto fue escrito originalmente por David Zarate Zazueta en 1946. Que lo disfrute.
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Fue en la época en que se celebraba pomposamente en todos los ámbitos del país el centenario de nuestra independencia política, cuando el pueblo de Ensenada era una congregación de familias pioneras que se estimulaban y respetaban mutuamente, y que celebraban con inusitado entusiasmo y patriótico fervor todas nuestras fiestas patrias, así como las fiestas de orden social y familiar, todas reunidas en amable consorcio, cual si fuesen una sola familia.
Debido a la compatibilidad jamás se registraban entre ellas esos distanciamientos y desuniones, tan en boga en esos tiempos modernistas y de achaques políticos en los que entran en juego las ideologías, ambiciones e intereses de los contendientes, apoyados por el proselitismo de sus respectivas familias y amistades con las consiguientes animosidades y disgustos entre ello provoca y causa un verdadero feudo entre los habitantes de un pueblo.
Estos incidentes desagradables no se suscitaban en estos tiempos y fue precisamente en aquel entonces cuando llego hacerse cargo de esta parroquia de Ensenada el prelado José Cotta, originario de Italia.
De condición vivaz y de clara inteligencia, amable cariñoso con todos su feligreses de su parroquia sin distinción de clases o de credos.
Con los niños de edad escolar tenía especial predilección, siempre atento y obsequioso con ellos atrayéndolos con juegos y pasatiempos propios de su edad. Estableció en el patio parroquial diversos aparatos: volantines, columpios, barras y trapecios; organizaba piñatas y tómbolas que contribuían no solo al desarrollo físico y cultural de la niñez, sino también a que lo respetaran y lo vieran como un verdadero mentor.
Durante los servicios espirituales era todo un predicador eclesiástico, ponderado y convincente que con la palabra dulce y de ternura atraía y deleitaba a sus oyentes. Al tener que hacer alguna sugerencia o reprimenda lo hacía con tanto tacto que nadie ofendía, al contrario, todos acudían en demanda de consejo o de algún consuelo espiritual, del que siempre le vivían agradecidos.
Este buen pastor nunca usaba términos denigrantes ni ofensivos en contra de aquellos que pudieran estar contra él o sus creencias religiosas. Muy al contrario de las prácticas que han establecido algunos clérigos belicosos que le han precedido en la parroquia, el procuraba atraerlos charlando y discutiendo con ellos algunos puntos que pudieran diferir, logrando algunas veces convencerlos o en ocasiones admitiendo los buenos puntos de vista y argumentos juiciosos de los que con él debatían.
A pesar de ser un ministro Católico, Apostólico y Romano, era un hombre de costumbres moderadas y de una ideología liberal, que gustaba conversar y tener amigos de ideas liberales.
En el campo de ejercitar el bien y la caridad dudo que haya habido en su época quien lo igualara: recorría Ensenada a deshoras de la noche en búsqueda de familias indigentes, llegaba a chozas y tugurios en ruinas, llevaba medicinas, alimento, abrigos y con sus escasos recursos daba felicidad y alivio momentáneo a estos pobres seres abandonados por la sociedad.
Con beneplácito recuerdo como acudía a mi como ecónomo que era de una Institución Masónica, cuyo objetivo principal era socorrer a los pobres; sabedor el Padre Cotta que siempre teníamos un fondo llamado denominado EL SACO DE LOS POBRES y sabedores nosotros que era el mejor medio para repartirlo, se le entregaban estos dineros seguros que no había nadie más honrado, atinado y equitativo. Nunca dejamos de ayudarlo y complacerlo.