En una de las oportunidades que tuve de acompañar al sr. General Don Lázaro Cárdenas del Rio en febrero de 1967 cuando estuvo en Ensenada por espacio de siete días, durante la agonía, muerte, sepelio, y funeral del también general don Abelardo L. Rodríguez, quiso ir a saludar a la señora Fedorenko, quien vivía en la parte alta del edificio original de la gasolinera ubicada en la calle decima esquina con la avenida 20 de noviembre. Según me relataba el general Cárdenas, él le guardaba mucho respeto y la recordaba con afecto desde el tiempo de su estancia en Ensenada como jefe de la región Militar del Pacifico.
En esta ocasión quiero relatar la siguiente anécdota, del propio general Cárdenas en una reunión de amigos en la casa de la familia Fedorenko, en el citado domicilio.
Este evento ocurrió alrededor de 1942. La familia Fedorenko había sido recibida en México, procedente de Rusia por un acuerdo presidencial donde otorgaba refugio y seguridad a emigrantes extranjeros que eran, sino, perseguidos por sus gobiernos, si hostigados, debido a sus creencias religiosas y anti bélicas
La propia señora Fedorenko, convocó una reunión de amigos y familiares, todos ellos rusos, a una reunión informal e invito al general Cárdenas a que atendiera.
La reunión se realizó amigablemente y aunque el idioma predominante en la conversación era el ruso, se hizo lo posible por hacerle la traducción de los incidentes al español para beneficio de don Lázaro.
Ya después de haber compartido el pan y la sal con los concurrentes dio inicio a una costumbre que si no era generalizada en los emigrantes rusos si era usual en la casa de la familia Fedorenko. Se trataba de que cada uno de los asistentes hacia una intervención artística ante la concurrencia.
Cada uno de los invitados, hombres y mujeres, tomaron su turno. Hubo, canciones a capela, acompañados de música de acordeón; hubo quien declamo alguna poesía, algunos más, en pareja, demostraron algún baile tradicional de su tierra.
Uno a uno tomó el frente de la pequeña sala donde estaban congregados. La familia Fedorenko haba adoptado la religión cristiana bautista y en las paredes de la habitación había distintos motivos religiosos. Sin embargo, sobresalía en una de las esquinas una mesa con una imagen del propio general Cárdenas en uniforme y a los lados había una serie de ofrendas, quizás, algunos objetos de recuerdo y un pequeño vaso con unas flores silvestres cuidadosamente arregladas. Esto en muestra del gran cariño y respeto que se le tenía al general Cárdenas, motivado sin duda por la preocupación que durante su periodo como presidente de la republica mostró el apoyo y soporte a los refugiados internacionales que recibieron abrigo y refugio en México.
Uno a uno, los invitados pasaron al frente, uno a uno presento lo mejor de su talento personal.
Concluyó la demostración artística y cultural y sólo faltaba la participación de don Lázaro.
Cuando yo escuchaba con atención su relato, mi imaginación no me permitía verlo, ya cantando alguna canción ranchera mexicana, ni un bolero romántico, ni pensar en un bailable tradicional, quizás alguna poesía o quizás algún discurso nacionalista. El carácter adusto y serio, tradicional de don Lázaro se imponía en mi análisis.
En ese momento, se erigió de pie, con la mano derecha sobre en su pecho y con voz clara y fuerte, dio inicio a su participación…… “Mexicanos al grito de guerra………” y continuo, para en un solo artístico, cantar las estrofas más importantes de nuestro querido Himno Nacional. Un coro de uno. Una ofrenda de un hombre a un grupo de origen extranjero con mucho arraigo y cariño a su tierra adoptiva.
Mis ojos se nublaron de emoción, tan solo de imaginar aquel momento histórico. Muestra de carácter, patriotismo y fervor de una gran mexicano.
Una más de las enseñanzas del “tata Lázaro”.