Hace unos cuantos días decidimos, mi esposa y yo, ir a saludar a nuestro buen amigo Héctor Meza Cango, propietario del Rancho Santo Domingo, en el histórico Cañón de La Grulla. El paseo en un domingo de verano es muy agradable.
Tomamos la carretera Transpeninsular hacia el sur y en escasos 40 minutos encontramos el entronque con el camino pavimentado que lleva al poblado de La Grulla, o Ejido Uruapan, nombre que se le daría en 1937 al formarse dicho ejido.
El encinal que nos da la bienvenida nos recibe con la sombra y tranquilidad refrescante de un día cálido. Hay algunas familias preparándose para disfrutar el día en convivencia armoniosa.
Continuamos por la calle principal del ejido, donde se aprecia el progreso. Los vitivinicultores de la Ruta Antigua del Vino tienen su Cava, hay una nueva Cava en construcción, hay varios comercios dedicados al expendido de vino artesanal así como de aceitunas y aceite de oliva. Uno encuentra también frutas de temporada y lo mejor, y gratis, una vista maravillosa del Valle de La Grulla.
En la afueras del poblado están los famosos manantiales de aguas termales. Desde hace siglos brotando generosamente con su calidez terapéutica y regeneradora. Este valle del que hacemos referencia fue cuna del máximo héroe de Baja California, don Antonio María Meléndrez Ceseña [1830-1855]. Ya en ocasiones anteriores hemos tenido la fortuna de escuchar a don Porfirio León Amador, descendiente directo de Meléndrez quien nos ha instruido sobre la vida y hechos patrióticos de su antepasado.
El pavimento termina en el lado oriente del poblado y sigue el camino de terracería. Un camino usado desde los 1800 para llegar a El Álamo, pasando por Santo Domingo, El Burro, La lagrima, El Pedregoso, Los Encinitos, la bifurcación del camino a Ojos Negros o al Álamo.
En menos de media hora, por un camino en muy buenas condiciones de mantenimiento, ya por el costado del arroyo, ya por medio de él, llega uno al rancho de Santo Domingo. Las vides y pirules centenarios reciben al visitante ofreciendo una fresca sombra y una constante y agradable corriente de aire.
Este día de nuestra visita, que fue improvisada totalmente, encontramos a don Héctor haciendo preparativos para recibir a una familia, amigos de Tijuana. Sabiéndolo que tenía compromiso le pedimos permiso de recorrer sus viñedos y buscar un par de racimos de uva de mesa “Golden Globe” con la gentileza que lo caracteriza nos otorgó el permiso e insistió a que nos quedáramos a “echar un taco”
Con la valiosa asistencia de Don Jesús, recorrí los viñedos cercanos a la casa del rancho. Primero unas parcelas de Chenin Blanc, otra de Cabernet, una más de Nebiolo hasta llegar a la de nuestro objetivo. Uvas maravillosas en racimos de gran tamaño. Con una textura firme y de un sabor delicioso. Cortamos unos cuantos racimos y al regresar a la casa nos encontramos con los visitantes. La familia de don Carlos Oviedo, su esposa Patricia Granillo, sus dos hijos y tres acompañantes más, que desafortunadamente no recuerdo sus nombres.
En la plática de introducción don Héctor Meza nos relató cómo es que este rancho ha sido patrimonio familiar desde finales de 1800s. Nos ofreció un vino blanco de excelente sabor mientras que se hacían los preparativos para asar unos generosos filetes de carne de res.
Yo había notado que la Sra. Patricia de Oviedo había traído consigo una olla y en un momento alcance a entrever lo que pensé que eran chiles rellenos. Un tanto incomodo por nuestra “inclusión voluntaria e inesperada” en el convivio, tímidamente explicaba nuestra presencia, amigablemente nos insistieron a participar y así, con la amistad naciente olvide mi pena.
Después de llevar a re-calentar la olla y descubrir la realidad del platillo mi asombro fue tal que de inmediato supe que esa comida “tendría” que ser motivo de una reseña para compartir con mis amables lectores nuestra experiencia.
El platillo se trataba de “Huauzontles” preparado personal y diligentemente por doña Patricia. El buen amigo Carlos Oviedo nos ilustró con una referencia histórica sobre el origen de este platillo. Nos relataba que en tiempo de los aztecas eran de la preferencia de los emperadores. Son una especie de quelite, muy parecidos al amaranto, cuyas ramitas, con un cierto parecido en forma al brócoli las preparaban de varias formas. En esta ocasión estaban capeadas con huevo y cubiertas de queso panela. De un sabor simplemente delicioso, maravilloso. Don Héctor decidió que un vino Nebiolo era el indicado para el inusual maridaje. Tenía razón, Una combinación perfecta. Literalmente “el chuparse los dedos” fue una experiencia única.
La tarde transcurrió en convivencia de amistad y charla. Carlos Teodoro Oviedo Granillo, hijo de don Carlos, es un talentoso joven con aptitudes artísticas inigualables. Don Héctor amablemente le prestó una estupenda guitarra con la que nos deleitó algunas piezas y posteriormente nos comino a que en grupo recordáramos canciones de la época de oro de la música mexicana.
El ocaso llegó e iniciamos el regreso a Ensenada. Llevándonos con nosotros el sabor aun presente de los Huauzontles del buen vino, de la gentileza de don Héctor Meza y de nuestros nuevos amigos. Por algo dicen que los viajen ilustran.