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De Fanor a Turista

La transición de un perro pastor alemán en Ensenada.

  
Nota publicada el 16 de octubre de 2014
por Rafael González Bartrina

Fue allá, por los principios de la década de 1950s, cuando se llevó a cabo en la ciudad de Aguascalientes el concurso nacional canino que se celebraba anualmente. Un precioso perro pastor alemán fue nombrado Campeón General. De la primera camada tuvimos la fortuna de obtener uno de los cachorritos. Era un macho de unos tres meses de edad. Fue enviado por avión a Tijuana. Fue el evento del año para nosotros, el contar con un animal de pura raza y con el pedigrí de campeón. Yo era el más entusiasmado de poder tener una mascota de tal magnitud. Por nombre se le impuso el de “FANOR”, ya que en la infancia de mi padrastro don Vicente Ferreira Kanape había existido en el seno familiar, un perro con ese nombre. Se me asignaron mis obligaciones de cuidado, alimentación y limpieza.

Fue mi compañero de juegos y de andanzas por la zona de la Calle segunda y Avenida Soto, de la Colonia Obrera. Yo estaba orgulloso de la prestancia que tenía. Imponente tamaño, agilidad excepcional, elegancia sin comparación.

Era muy distinto a los demás perros del vecindario. En su totalidad eran de razas mixtas y carentes del esmerado cuidado. Cuando los demás perros comían en su mayoría los sobrantes de las comidas domésticas, Fanor tenía por dieta un kilo de costillas de res, diariamente, ya cuando subió el precio de $17 pesos a $20 se tuvo que cambiar su dieta. Ahora era una lata de “Rosco” Recuerdo la lata azul con un perro sonriente en ella.

Los primeros desencantos se presentaron cuando Fanor tuvo algunos encuentros con los perros “vagos” del alrededor. El tamaño, la prestancia, el ser “Pastor Alemán” de nada sirvieron. Fanor carecía de valor. Así fuera el perro más pequeño del barrio el que le ladrara, el resultado era el mismo. Con la cola entre las patas, salía en inmediata huida, y gracias a su agilidad, escapaba sin daño, dejando atrás tan solo el aroma de miedo y las risas de mis amigos. No importaba, era como de la familia y lo aceptábamos con cariño.

Un día decidió ir a conocer el mundo y, saltando la barda de cemento de metro y medio de altura se fue a toda prisa.

El Diario de Ensenada, y la estación de radio XEPF dieron cuenta de la angustia que había dejado Fanor en nuestra casa y se solicitaba la ayuda para localizarlo. Serian 3 o 4 días después que por teléfono recibimos la maravillosa noticia de que una buena familia lo tenía en su casa. Fuimos a buscarlo, era allá por rumbo a la bajada después del Ejido Chapultepec, a la izquierda, por el camino de terracería como un kilómetro adentro. Después de las muestras de agradecimiento, (por los $500 pesos), nos entregaron a Fanor, venia cubierto de huizapoles y barbas de cebada, mal comido. Pensé que había aprendido la lección.

Mas tardamos en llegar a casa cuando, sin comer ni esperar a que lo limpiara, de inmediato corrió y de un salto libro la barda. Afortunadamente logre acorralarlo y traerlo lo regreso a casa. Esa noche estuvo encerrado en el garaje, donde aulló y aulló lastimosamente toda la noche.

Las opciones eran dolorosas y tristes. Encadenarlo o dejarlo ir. Se optó por lo segundo, y así como cuando uno libera un pajarillo de su jaula, vimos como Fanor, brincó, por última vez la barda para perderse para siempre entre las calles de la Colonia Obrera.

En 1962 trabajando en Seguridad Pública para el municipio de Ensenada, tuve por necesidad de ir a entregar algunos documentos a la cárcel pública que se encontraba en la avenida Gastelum. La entrada que se utilizaba era la pequeña puerta al extremo norte, ahí, para poder entrar había que pasar por arriba, casi dando un salto, por sobre un perro, viejo y flojo, echado todo el día obstruyendo el paso de quienes entraban o salían de ahí. Con sorpresa reconocí a Fanor. El no dio indicios de importarle quien era yo. Preguntando a los celadores me explicaban que ya tenía años de acudir, diariamente y pasar el día así, como lo encontré. Era un perro fiel, decían. Lo alimentaban voluntariamente y lo habían llamado “TURISTA”, al caer la tarde se retiraba y se iba con rumbo a las empacadoras. Fueron 3 o 4 veces que lo encontré en la acera “cuidando” la puerta de la cárcel. Una vez que pase por ahí, buscándolo, ya no lo encontré, según supe había muerto “de viejo”. Ya son más de 60 años y aún recuerdo con una mezcla de sentimientos y tristeza a “Fanor/Turista”

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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