Desde que leí la noticia de que los Víctors lograrían casarse nada menos que aquí en Baja California, mi corazón se alegró. Hace pocos días les impidieron casarse porque ambos “padecen de locura”. A partir de esto se creó #MisDerechosNoSonLocura.
Entre los argumentos principales están que el Estado y la Iglesia hace mucho tiempo que supuestamente se separaron. Bajo esta lógica es obvio que tienen sus diferencias y semejanzas, y sus alcances son distintos y enfocados al bien común desde donde les toca. Por tanto es clarísimo que no se puede impedir un derecho civil a alguien por una creencia religiosa que además, quizás, no sea parte de las creencias de la persona atacada.
Algunas manifestaciones religiosas pacíficas hablaron del “temor de lo que vendrá después” y las cosas que nos veremos obligados a aceptar como sociedad. De alguna manera veo este miedo como algo legítimo porque es natural temer a lo desconocido y fantasear catastróficamente al respecto. Frente a esto, me gustaría decir que como sociedad hemos tenido que “aceptar” las guerras y tantos otros fenómenos sociales que si han sido devastadores y hemos hecho poco por pararlo. ¿Por qué esto, que es un derecho civil que no afecta ni mata a nadie, sería la diferencia?
Actualmente el Estado tiene una estructura definida de qué hacer en cuanto al desacato de un amparo venido de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por parte del municipio de Mexicali. Veremos. Finalmente esta no es mi área de especialidad. Hablaré de la que sí lo es. Se impide un matrimonio por “alegato” de locura.
Primero, la “locura” no es un diagnóstico psicológico o psiquiátrico. Es una palabra cómoda que las personas usamos para sintetizar lo que nos parece un comportamiento anormal, pero de ninguna manera es una palabra seria ni mucho menos científica. Se habla de que la pareja fue agresiva e impertinente según la persona encargada de las pláticas pre-matrimoniales, que según ella están supuestas solo para parejas mixtas. Obviamente la frustración y la contra-argumentación para defender nuestros derechos pueden ser recibidas como impertinencia o agresividad en nuestro país, eso ha quedado clarísimo desde siempre, pero en especial de septiembre para acá.
Segundo, recordemos que la homosexualidad fue retirada del Manual Estadístico y de Diagnóstico (el libro en el que se basan los diagnósticos en Psiquiatría y Psicología) en 1974 porque ya estaba más que comprobado que no es un padecimiento psiquiátrico.
Tercero, platicaba con una persona hace poco. Ella me preguntaba si no era más fácil en mi opinión que solo fueran a casarse al DF para que arreglaran “su bronca”. Además de aclararle que mi opinión difícilmente sería importante, le explicaba que resolver “su” bronca no resuelve “la” de nosotros como ciudadanos que en teoría tienen los mismos derechos en cualquier lugar del país, o al menos debería.
De esta manera, es importante que todos y todas sigamos ejerciendo nuestra libertad de expresión, al menos la que nos queda, y esto incluye a las personas que pacíficamente se manifestaron el 10 de enero. Es muy positivo que haya sido así, de forma pacífica. Si no hablamos entre nosotros, no hay diálogo ni posibilidad de coexistencia. Ojalá un día vivamos sin cubre-bocas para evitar aquello a lo que tememos. Somos diferentes, y de la misma manera tenemos derecho a vivir.
Hablando de derechos, por último cabe recordar que entre nuestros derechos sexuales está el ser reconocidos o reconocidas como seres sexuados y a manifestar nuestra preferencia de género, sea cual sea.
Ojalá podamos llegar a un punto en el que ejercer nuestros derechos (o creencias) no sea motivo de mutilar los de las otras personas.