Mucho se ha comentado sobre la batalla del 5 de mayo de 1862 en Puebla. La historia no debería de detenerse ahí, en celebrar una victoria de una campaña y desconocer o pretender ignorar las consecuencias.
En las horas siguientes a la derrota del simbólico 5 de mayo el ejército francés, erguido en el dolor maltrecho de la derrota y sufriendo en carne propia los efectos de una derrota. Concientes , y creyentes, sabían, los franceses, que contaban con el mejor ejercito del mundo en ese tiempo. La derrota no estaba entre el vocabulario de usos de estos extranjeros invasores. Cargados de ardor y ávidos de rehacer su honor, marcharon nuevamente a encontrarse con esos “despatarrados”. Era quizás más indignante luchar y perder con ese remedo de ejército, comparado con las milicias de alta coordinación y efectividad, como eran las francesas.
El General Élie Frédéric Forey, decidió sitiar al enemigo, en la forma tradicional de guerra. Enfocaba su artillería en alguna área especial de la muralla que protegía la ciudad de Puebla. Después de lanzar una continua serie de descargas enviaba a sus mejores tropas, que asaltaran el objetivo aprovechando los daños a la estructura de defensa. Fracaso, tras fracaso pasaban los días y los intentos de capturar a Puebla seguían siendo fútiles.
Fue hasta 1863 por marzo cuando finalmente los daños al muro fueron substanciales y se dio la segunda Batalla de Puebla, que resulto definitiva. Ya para el 25 de abril de 1863 los franceses habían logrado romper el cerco defensivo y por cientos, la elite del ejército francés incursiono en las calles poblanas.
Mientras esto sucedía en el centro de la república, en las poblaciones más importantes del recién perdido territorio mexicano en California, ahora ya anexado a los Estados Unidos, los muchos, ciudadanos mexicanos, ya en esas fechas, re-nacionalizados norte-americanos, esperaban con ansias noticias provenientes de México, que les informaran del estado bélico en eses país.
Las noticias llegaban, en forma impresa al área de Los Ángeles, con días de retraso, provenientes de San Francisco. En la primera semana del mes de mayo de 1863, al cumplirse el primer aniversario de la gloriosa victoria de la Batalla de Puebla, allá por el día 25 de mayo, los primeros ejemplares del periódico “La voz de Méjico” llegaron a Los Ángeles, donde daba cuenta del titánico esfuerzo, precisamente del día 5 de mayo donde por más de siete horas los cansados y mal pertrechados mexicanos habían logrado, repeler, una y otra vez a las huestes francesas. Al final del sangriento aniversario, se había logrado detener, una vez más, la invasión. El saldo en esta ocasión fue de múltiples bajas francesas y de la captura de siete comandantes, varios oficiales y alrededor de 130 miembros de los “Dragones Zuavos” de Napoleón.
Decía en la crónica en periódico, que al amanecer del 5 de mayo de 1863 la bandera Mexicana ondeaba con toda gloria!
Ya para las cuatro de la tarde de ese día, la Junta Patriótica Mejicana había reunido a una muchedumbre de más de 400 personas. Una gran fogata se mantuvo encendida toda la noche. Al día siguiente, se celebró, con toda gala y respeto a las dos naciones (México y Estados Unidos) la conmemoración del primer aniversario de la Batalla de Puebla. El joven Francisco P. Ramírez fue el orador oficial quien arengó a la multitud. La celebración continúo. Un saludo de 21 cañonazos resonó en la Plaza Pública. Un desfile improvisado, portando al frente las banderas de México y de los Estados Unidos siendo acompañadas por la banda de música de Los Ángeles.
Este evento, para muchos fue y sigue siendo, año con año, la celebración más importante de las fiestas mexicanas, especialmente en el área del Estado de California.
Las noticias de los siguientes días con su doloroso significado no sirvieron para apagar el fulgor Mexicano en estos ciudadanos que habían perdido su ciudanía, más sin embargo, nunca perdieron su patriotismo.