Como algunos de ustedes saben, el pasado 17 de mayo fue el día internacional de lucha contra la homofobia, fecha en que activistas y personas interesadas en que este fenómenos social desaparezca, marchan o se manifiestan a través de las redes sociales buscando la aceptación e igualdad de derechos de las personas LGBTIQ, así como la desaparición (o al menos disminución) de la tasa de crímenes de odio que existen por razón de homofobia.

Aunque en nuestro país la homosexualidad no es delito ni hay movimientos formales lo suficientemente grandes que persigan a estas personas como para ser registrados de forma oficial, la verdad es que la homofobia persiste de diferentes formas que van desde el rechazo de la posibilidad de convivir con una persona por su preferencia de género hasta el hecho de matarla.

Respecto a los denominados crímenes de odio por homofobia, solía haber una estadística que llevaba una comisión nacional contra estas fechorías. La compilación de dichos datos se detuvo alrededor del 2001. ¿Casualidad que fuera justo cuando entró el gobierno panista? No creo.

Lo relevante de esto es que actualmente es muy difícil hablar de cifras de crímenes homofóbicos porque se registran como crímenes pasionales, al igual que los feminicidios y otros que si analizamos, sabremos que se dan en diferentes circunstancias pero que se engloban en la misma categoría por la comodidad burocrática de unos cuantos. El resultado es el mismo: “Aquello de lo que no se habla, no existe”. Y como “no existe” es más difícil acabar con ello porque no hay prioridad ni visión sobre la gravedad del asunto.

En el suicidio, sea cual sea su causa, sucede algo similar: las familias algunas veces piden que en el acta de defunción se ponga algo diferente en la causa de la muerte y entonces su verdadera frecuencia se desvanece en convenios de petit comité.

Sea como sea, sabemos que tanto el suicidio como el homicidio son moneda corriente en la comunidad LGBTIQ alrededor del mundo. Además de hablar sobre esto para darle existencia y voz, y llevar registros más detallados y apegados a la realidad sobre lo que sucede con las muertes por estas razones, lo más importante es prevenirlas.

En la prevención primaria queda la educación de la sexualidad. Esto es, incluir temas de sexualidad en las planeaciones escolares, obviamente de acuerdo a las necesidades y edades de los niños y jóvenes, que además de miedo a las infecciones de transmisión sexual y el uso apropiado de los anticonceptivos, contenga invitaciones a la aceptación de la diversidad sexual propia o de las personas alrededor de ellos y ellas.

La educación de la sexualidad frecuentemente es recibida con reservas. Lo sé porque me dedico a llevarla a las escuelas y los más escépticos son los miembros adultos del personal de las escuelas, y los más necesitados e interesados en saber son los mismos jóvenes. Sobre la marcha el cambio de actitud que he visto en ambas partes ha sido un alivio en cuanto a muchas situaciones de riesgo de la sexualidad.

Ahora, esta prevención primaria no solo corresponde a las escuelas. También a las familias y a los propios individuos LGBTIQ, pues si no existe una apropiada construcción de la identidad y aceptación de la misma, si no existe el conocimiento necesario para saber de qué se trata, es de donde nace la homofobia internalizada (aprendida del rechazo que se recibe del contexto social) y por lo tanto lo que lleva en ocasiones al suicidio o a prácticas de riesgo (parasuicidas).

Si estamos batallando para aceptarnos o aceptar al menos convivir pacíficamente con una persona por su preferencia de género o identidad sexual, es imperante que hagamos un trabajo interno de concientización, en vez de querer que el otro (u otra) desaparezca o cambie lo que no puede.