Si vemos dos cosas que se parecen, serán iguales. Principio de nuestra cognición humana y muy útil para la vida diaria. No podemos guardar información de cada hecho particular, cada persona, cada casa, árbol o perro que se cruza.
La muestra, por excelencia de este principio, es el lenguaje. Con una sola palabra como “casa” puedo señalar una variedad de cosas que en realidad guardan pocas características en común. Una podrá ser roja, con barda blanca, dos pisos y ventanas pequeñas. La otra podrá ser naranja, sin barda, un piso y con grandes ventanales. Son dos casas. El nombre hace referencia a cualquiera de las dos.
Pero el efecto no sólo sucede desde el lenguaje hacia la realidad. En el lenguaje mismo tendemos a equiparar “palabras”, a hacerlas iguales. Este proceso básico se llama analogía. Si dos cosas comparten alguna característica, entonces deberían de compartir otras. Y si no sucede realmente, haremos que suceda.
Algunas personas me han preguntado si hay una forma correcta de hablar. Claro que la hay, pero nunca se debe de olvidar que el lenguaje es un fenómeno social. Los usos que se le den es lo que determina qué es lo correcto e incorrecto.
Uno de los “errores” que me han señalado ha sido el de agregar una “s” al final de algunas palabras que no marcan plural. Uno de los casos, del que en habla rápida soy ejemplo, es el de “cerca” y “lejos”.
No falta el amigo que salte al momento de escuchar “cercas”, tratando de corregir semejante aberración del lenguaje. Como lingüista solo te queda mantenerte en silencio, observando el fenómeno de habla y, tal vez, otro fenómeno aún más interesante: la presión social por el uso; la construcción y actualización de cómo deben ser las cosas.
En la lingüística, la sentencia del uso correcto e incorrecto del lenguaje, se puede explicar en la mayoría de los casos por aspectos sociolingüísticos: ¿qué forma de hablar está asociada a quiénes? ¿cómo hablan los que tienen más recursos? los que pueden conseguir más cosas, los que pueden más. La misma fórmula aplica al revés, ¿cómo habla el que tiene menos? el débil, el que, en esta sociedad, se encuentra en la base de la pirámide socioeconómica. ¿Con quién quiero que me identifiquen?
Los aspectos sociolingüísticos sólo se dejan ver al momento que salta la corrección. El fenómeno de porqué esa “s” se pega a cerca es aún más básico. Una posible respuesta es que “cerca” tiene relación semántica (antónima, es decir, un significado contrario) al concepto “lejos”. Este vínculo motiva un proceso de analogía. No es que los significados sean iguales, pero el campo que las dos palabras tocan, el espacio, sí lo es. Esto afecta las formas de expresión y se vuelve más fácil “pegarle” una letra nueva, que, por cierto, no salió de la nada: esa “s” en la forma “cerca-s” es la que se encuentra al final de la palabra “lejo-s”.
No hay significado etimológico ni explicación histórica. Simple analogía.
El problema se amplía cuando tenemos palabras como “lavasteS, corristeS, comisteS”. Como el caso anterior, la explicación está en la analogía. Tomemos de ejemplo “lavastes”. En el tiempo presente, el verbo tendría las siguientes formas:
Se puede ver que el verbo en “tú” (segunda persona singular) termina con “S”. De hecho, la gran mayoría de los verbos flexionados para esta persona (segunda) terminaran en “S” tanto en tiempo presente como en futuro. Pero, cuando flexionamos para tiempo pasado, encontramos algo distinto:
Yo lavé
Tú lavaste(-s)
Él lavó
La flexión no agrega la “s”, pero como en el tiempo presente y futuro sucede, el sistema trata de “igualarse”. La regla podría ser “todas los verbos flexionados para segunda persona singular llevan “s” al final”. Regla hipotética, motivada sólo por el principio de analogía. Sin embargo, colocar una “s” tiene el estigma de ser asociado a una clase baja, ejemplo de descuido. Opera otra regla, ahora sociolingüística. No es correcto. Sentenciar el error es válido, ejemplo mismo del vínculo entre lengua y sociedad.
En ningún momento sostendría que deberían eliminarse los intentos de corrección o que todos deberíamos hablar de UNA sola manera. Pero, la próxima vez que corrijas a alguien, también podrías preguntarte “¿a qué grupo me estoy tratando de identificar con esta corrección?”. Las formas correctas e incorrectas dependen exclusivamente del contexto de habla.