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PUTO

El que lo lea

  
Nota publicada el 10 de julio de 2015
por Manuel Sánchez

No existe la forma correcta de hablar en ninguna lengua. No de manera intrínseca –innata, dada. Sólo existe el deber ser que surge de la presión social en la que estamos imbuidos. El lenguaje es tan móvil, que se pueden inventar pretextos para usar palabras en contextos en los cuales estaban prohibidas. Desde groserías, hipocorísticos, modismos hasta las mismas estructuras para ordenar las palabras. Esto, quiero aclarar, no significa que todo valga. Para nada. El lenguaje es móvil, pero no es una estructura amorfa y libre. Incluso a nivel pragmático, nivel que se apoya del contexto para significar, tiene reglas. Pueden cambiar, sí, de la misma manera que un camaleón cambia de color: poco a poco, pero lo suficientemente rápido como para ajustarse al contexto.

Un buen ejemplo de esto es ver cómo ciertas palabras mantienen su carga peyorativa a través del tiempo, aunque en un principio hayan tenido un significado distinto. El ejemplo remite a mi título: ¿cuál es el origen de la palabra “puto”?

Nadie sabe con exactitud. Es una de esas palabras que la tradición oral rebasó y que apenas tenemos cuenta de su significado original por los primeros escritos del latín. En efecto, se sospecha que la palabra “puto” viene del latín “puuttus” y significaba “muchacho”, cambiando la flexión de género también podíamos tener la versión “puutta”. La estructura de la palabra original tuvo ciertas modificaciones. Como se puede ver, aparece una doble u y doble t. Por una serie de reglas fonológicas, la doble u pasa a ser sólo una u, y lo mismos sucede con la doble t.

Tenemos ejemplos en donde sólo aparece una vez cada una de esas letras, lo que desencadena procesos fonológicos que cambian la forma de pronunciar las palabras. Por ejemplo, se dice que “poda” viene de la palabra “puta” en donde, al no ver u doble, esa u solitaria, por ser tónica, pasa a ser una o. Luego, la t entre vocales se sonoriza, lo que da como resultado una d. Esa a que aparece al final no es flexión de género.

La vieja palabra “puuttus” o “puutta” no tiene que ver con palabras como putativo, computación o reputación. Si tuvieras que apuntar a un núcleo semántico sería el de “inexperto”. Núcleo de aquel entonces que se parecería al significado de “imberbe” actual. Estamos hablando de formas que se usaron hace miles de años. Otra prueba de que el origen de “puto” remite al concepto de “muchacho” o “niño” proviene de los trabajos de reconstrucción del proto-indoeuropeo, lengua ancestral de aquella zona. La raíz para decir pequeño en esa lengua primigenia era *pou- de donde obtenemos palabras como puer “niño” y puella “niña”.

Su origen es bastante llano y directo: sólo se refería a muchacho o muchacha. Es con el uso con el que se empieza a asociar el significado de prostitución y homosexualidad. Una de las fuentes para asegurar esto es Gayo Valerio Catulo. Por allá en los años 60’s antes de cristo escribió una serie de poemas, específicamente el número 42, en donde encontramos un pasaje que dice así:

'moecha putida, redde codicillos,

redde putida moecha, codicillos!'

La palabra “moecha” significa “adúltera”, mientras que “putida” proviene del mismo origen que nuestra palabra anterior “puutta” y en efecto, significa muchacha. Otro ejemplo en donde el significado ya está asociado proviene de un epigrama atribuido a Virgilio a finales del siglo I antes de cristo. En él se ve como puer y putus son usadas como sinónimos.

Lo que ha pasado actualmente es que la palabra ha limado mucho su significado. En el discurso formal está prohibida, tanto para homosexual como para prostituta/o. Queda confinada al uso coloquial, espacio en donde la RAE pasa sin ver (o si lo hace, lo hace tarde).

Debo señalar que me parece lamentable el vínculo creado entre el concepto “homosexual” con “cobarde” por medio del concepto “puto”. Y, aunque hay explicaciones que diferencian entre los distintos conceptos –porque no es lo mismo “homosexual” a “maricón”, el núcleo semántico es el mismo: “puto”, “maricón”, “joto”, “puñal” y demás, son sinónimos de homosexual y de cobarde. Ahora, no de cualquier homosexual. Ya lo reflexionaba Octavio Paz cuando decía que “el homosexualismo masculino es tolerado, a condición de que se trate de una violación del agente pasivo”. Se le grita “puto” al portero buscando que claudique en su tarea. Queremos que falle, porque el puto es el que falla. Falla porque se abre, por su debilidad, por su pasividad, homosexualidad inherente. En ese sentido, “puto” es contrario a hombría. El “ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son cobardes (…) El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe ”. El homosexual pasivo es femenino. Los putos, los homosexuales, como las mujeres, “son seres inferiores porque, al entregarse, se abren”. En ellas, su inferioridad es constitucional, “radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza”; en ellos, por dejarse penetrar, por su debilidad, el pasivo “es un ser degrado y abyecto”.

Se puede rastrear la semántica de esta palabra; ver cómo, en una cultura como la mexicana, se fortaleció un significado en el uso coloquial. Por eso resulta particularmente difícil tratar de cambiar el significado. Difícil pero no imposible. Cambio difícil, pero necesario, ya que no sólo implica un cambio superficial, sino un cambio en la forma de pensar. Un cambio cultural. Un filósofo de nuestras tierras tiene una reflexión interesante al respecto. En 41 closets, Heriberto Yépez deja ir reflexiones sobre lo que implica “salir de closet” usando a su favor tanto género narrativo como se le ocurre. No sólo sobre la homosexualidad, sino de este otro concepto más amplio: del que es abierto, sobre lo que hace, sobre sus emociones.

El que sale del closet, en lo que sea, rompe con la idea del macho mexicano. Tal vez ahí esté la clave de la resemantización de esa palabra. Difícil contexto cultural en el que nos encontramos.

Habría que pensarlo como signo de otro proceso: y es que, si no se puede motivar una reflexión en comunidad para cambiar el significado de una palabra, imagínese lo difícil que resultaría ponernos de acuerdo para gobernarnos a nosotros mismos.

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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