Hace unos días, comentando una fotografía de esos pequeños frutos de los hielitos de las dunas, los llamados Jayagüis me llegaron, a la mente, un torrente de palabras que aprendí de niño y adolecente.
Recordé que descubrí la frescura de las sodas antes de conocer los refrescos. Cuando en las tardes acompañaba a mi madre al pueblo ya fuera caminando o tomando la burra, eso fue antes de ir al centro en el micro. Algunas veces y a escondidas me aventaba a ir solo, pero para no caminar me iba de raite, (palabra más apropiada que la actual de aventón) si teníamos feria, ya fuera en oro o plata podíamos completar para el mono; hoy ir al cine cuesta más que algo de cambio de moneda nacional o americana. El esquite era de cajón.
Los plebitos andaban bichis cubiertos solamente con el manto de la inocencia de los infantes.
Si se trataba de jugar pelota, la hacíamos de trapo y poníamos las bases de cartón siendo el “bat” algún trozo de madera o palo de escoba.
Muchas veces nos juntamos para andar en las baicas de llanta gorda y el freno en los pedales, solo que impulsándolos en reversa. Cuando llegaba la época de los vientos (febrero loco y marzo otro poco) hacíamos papalotes porque no había cometas de venta a nuestro alcance.
Las catotas de agüita eran muy solicitadas, aunque los balines servían mejor, cuando se jugaba a las canicas en la rueda o en los hoyitos.
Nos gustaba el chicle bomba aunque no entendiéramos las caricaturas en el papel encerado donde venía envuelto la goma de mascar. El único papel que se vendía era el Diario de Ensenada. Los grandes iban a la boleria del Pinocho donde le daban tinta fuerte a la suela volada de los zapatos que costaba casi la cora, ya que la boleada sencilla costaba un daime. La birria la conocimos también de jóvenes, ya fuera Tecate o Mexicali.
Las lunadas eran en Playitas con lumbradas que duraban casi toda la noche. Ya algunos, afortunados tenían carro ya que los coches los asociábamos con los cochis o marranitos.
En algunas ocasiones salíamos a la calle a ver pasar la bombera o apagadora cuya sirena nos avisaba de algún incendio por ahí cerca.
Los chucos que se portaban mal les llegaban los cuicos y los llevaban al tambo en la Julia, ya después los vehículos conductores de reos se convirtieron en Panditas. Algunos de los guainos pobres que no se alivianaban buscaban quien les cooperara para comprar su pacha.
En la PF con Benny Camáro oíamos algunas rolas que estaban de moda y ya por la noche algunos escuchaban al Hombre Lobo (Wolfman Jack) en la XEC.
El drivin Tico Tico o el Saturs fueron centro de reunión. No había cabida para agüitados. No se usaba dar carrilla, esa llego después, creo que del centro de la Republica. Dábamos la yuta ruiciando.
Cada semana leíamos los fanis y los intercambiábamos.
Los horarios nos eran recordados por los pitidos de las canerias. Eran los silbatos para los trabajadores de las empacadoras del puerto. En secuencia y en silencios avisaban que clase de producto se procesaría, a quienes les convocaban a que se presentaran a trabajar; que ya era la hora del lonche, etc.
En realidad, nuestra cercanía con los Estados Unidos y nuestra dependencia social y económica con ellos, nos obligó en cierta manera a españolizar algunas palabras (parquear, las brecas, puchar el carro, darle choque al carburador, etc.) mucho de ello ya se ha superado, aunque, hay que admitir, que el lenguaje juvenil de hoy en día, aparte de resultarme incomprensivo en su mayoría no le encuentro una relación alguna que lo justifique. Un ejemplo: la dignificación de “antro”
Un saludo y ai nos güachamos.