No hablaré de Donald Trump. Por el momento, coincido con la opinión de Alejandro Llantada en Forbes, en donde explica que el foco apuntado a ese personaje es una estrategia mediática para asegurar la posición de otro actor político.
Luego, veo en las redes la cantidad de apoyo a la opinión de Donald Trump y temo… pero bueno.
Justo hace unos días, Sarah Palin, política estadounidense del Partido Republicano, decía que los inmigrantes debían hablar inglés y no español, con referencia a que Jeb Bush dominaba los dos idiomas, lo que le confería ventaja para comunicarse con la población hispana. Sumado a ello, insistió en que, si no se habla inglés, debía hablarse “americano” ya que, después de todo, estamos en América.
Hay dos trasfondos a analizar en ese comentario. Bueno, tres, pero descartaremos la reacción visceral que va algo como “señora… no…”.
Primero, habría que dimensionar el que no existen “lenguas puras”. Lo que vemos en la cotidianeidad son variantes. Todos hablamos alguna de estas variantes, llamados dialectos, de alguna “lengua”. Segundo, las lenguas, como muchos instrumentos inventados por el hombre, tienen motivaciones políticas de uso. Algunas lenguas se crean, no por diferencias únicas como sistemas lingüísticos, sino simplemente porque sus hablantes adquieren alguna identidad —o fuerza política— con esa clase de delimitación.
Examinemos el primer trasfondo ejemplificando con el español. En la realidad, no existe algo como “el Español”. Esa lengua es una gran hipótesis construida por un grupo de lingüistas; una abstracción de lo que vemos y escuchamos en la realidad. Reglas gramaticales, fonemas, morfemas, demás elementos que conforman el sistema lingüístico “Español”, no son más que la sugerencia de ese grupo de cómo funciona esa lengua.
Curiosamente, hay personas que insisten en que existe en la realidad una versión pura del español. El español peninsular sería la variante de referencia a partir la cual se mediría si alguien habla “buen español” o no.
No obstante, hay una división que es pertinente y se basa en la realidad social. Hay, en efecto, diferencia lingüística entre el español peninsular y el mexicano; entre el español mexicano y el chileno; entre el español mexicano del norte y del sur del país. La identificación de esta diferencia es muy real, mucho más real que decir que existe una “lengua española” pura, confinada a libros como la Gramática de la lengua española de la Real Academia Española.
Esas diferencias son “sutiles”. En algunos casos, sólo son transformaciones del léxico, mientras en otros, pueden cambiar algunas reglas de sintaxis. Aun así, vistos todos esos sistemas desde fuera, se distingue que tienen las suficientes similitudes como para poder ser englobados en una sola “lengua”.
Esto no sucede sólo con el español. Por ejemplo, unas de las dificultades con la lengua paipai es identificar las sutiles diferencias entre los distintos sociolectos —es decir, cuáles y en qué grado son las diferencias entre los hablantes de paipai entre un núcleo social y otro.
La realidad sea dicha, no hablamos español sino un dialecto del español. Y para ser más precisos, una sociolecto exclusivo a la región norte del país con contacto del inglés.
En cuanto al inglés, una rápida búsqueda de su historia da cuenta de la cantidad de transformaciones, préstamos y contacto que produjo las variantes que ahora conocemos. Sumado a esto, tenemos las migraciones que dieron como resultado las dos variantes notables en el mapa actual: el inglés británico y el inglés americano; a su vez, tenemos la subdivisión del inglés americano en las distintas regiones donde es primera lengua —no solo Estados Unidos.
Por lo que la variante de inglés americano es mucho más amplia de lo que nuestro egocéntrico vecino podría imaginar.
En cuanto al segundo tema de trasfondo, algo es obvio. Querer defender un idioma es como querer defender un símbolo comunitario. El idioma es una de los tantos elementos que nos dan identidad y ésta sólo puede surgir en contraste con “el otro”. Estrategia válida, políticamente hablando, el insistir en el uso del inglés. La frase es retórica: busca un argumento que una. Apela a las costumbres y al sentimiento, a la seguridad que produce sentirse parte de un grupo. Somos angloparlantes, y no sólo eso. No sólo somos angloparlantes comunes y corrientes, ¡somos americanos!
No me meteré en la discusión sobre América, americanos, estadounidenses, in América… etcétera. No ahora.
El argumento de la que fue gobernadora de Alaska es bueno, en un nivel puramente retórico y casi demagógico —con aquello de que está de moda—, pero deja ver que apela a la incapacidad de su audiencia por reflexionar en las consecuencias de su demanda. Lo que Palin sostiene es un monolingüismo inventado para/por los Estado-Nación del siglo pasado que ya ha pasado de “moda”. Es inoperante.
“Somos muchos, somos distintos”. El gran reto del siglo XXI es aprender a vivir con ello. Nuestro conocimiento sobre el mundo, sobre las culturas y las lenguas nos han permitido darnos cuenta que tendemos a la variación. El proceso es un tanto más complejo, pero en principio funciona de esa manera: no somos iguales, somos distintos, y en esa capacidad de sabernos diferentes está la fuerza de nuestra sobrevivencia. Apreciar el mosaico cultural —lingüístico— y luchar contra la homogenización.
Este proceso de nombrar una cultura, una variante lingüística, una lengua, como la mejor, la que Debe ser, la impuesta, es una forma de arrasar con el mosaico. Es un tipo de genocidio, y estas ganas por ver todo del mismo color y forma es lo que ha eliminado las tradiciones de los pueblos antiguos, y es lo que actualmente, en este momento, ha perseguido de manera violenta a las minorías de cualquier tipo. De cualquier tipo.
Creo que de las experiencias más satisfactorias que he tenido ha sido el hacer referencias a las lenguas indígenas como sistemas tan complejos como cualquier lengua indoeuropea. Y que en esa diferencia, cada una de las 6,000 lenguas que hasta el momento hemos tenido capacidad de nombrar, capturan la realidad de una manera única.
Para terminar, dejo una reflexión que ha desarrollado Luis Miguel Rojas-Berscia, un lingüista peruano que puede comunicarse en poco más de 20 lenguas:
el políglota es el nuevo ciudadano del mundo.