J. H. Evans fue sentenciado a muerte por ser encontrado culpable del asesinato de su esposa e hija de 14 meses. Con apenas 25 años de edad, el joven londinense no pudo hacer nada en contra del sistema judicial británico, quien años más tarde admitiría que se equivocó. No, no era culpable.
Durante el juicio, Evans señaló que había sido su vecino, R. J. Christie quien había cometido los asesinatos. No fue escuchado en su momento. Fue más adelante cuando se descubrió que Christie era un asesino serial que, cuando fue sentenciado a muerte, confeso los crímenes por los que el gobierno británico había asesinado a Evans.
Este acontecimiento, sucedido en la década de los 40’s del siglo pasado y dejó sus marcas en distintas instituciones, una de ellas, la eliminación de la pena capital en ese sistema judicial. Otra huella fue la reconsideración de lo que se empezaría a llamar lingüística forense. Y es que, años después de la trágica conclusión, un lingüista de la universidad de Lund había traído a la luz una prueba más de la inocencia de Evans.
En un trabajo titulado “The Evans Statements, a Case for Forensic Linguistic” Jan Svartvik acuña el término de lingüística forense para describir la aplicación de métodos cuantitativos estandarizados para determinar la autoría de textos e información. El trabajo que presentó en ese momento funcionó como base para estudios posteriores y para la reivindicación de una naciente área de la lingüística aplicada.
Hoy en día, la lingüística forense se divide en dos áreas. La primera, la lingüística de las leyes (o llamada legilingüística) se encarga de estudiar la estructura de los textos jurídicos, con el rigor propio del lingüista. La segunda, se encarga de estudiar textos para ser usados como evidencia en casos.
Hay un principio subyacente en cuando a la creación de textos. Todos tenemos una “forma” de usar el lenguaje: cierto número de muletillas por cada cláusula, pausas de determinada longitud o construcciones preferidas frente a otras. Cualquier lenguaje, aunque sistema con ciertas reglas (como el hecho de que el español sea Sujeto + Verbo + Objeto) puede llegar a ser maleable dependiendo de las zonas geográficas en donde se hable, y puede llegar a ser tan especifico como a la colonia, el barrio o la casa en donde se use. Por lo que, con revisar varios textos de Ensenada, por ejemplo, podría identificarse que un texto fue hecho por alguien de la Colonia Maestros y no por alguien de Chapultepec. Claro, para ello tendríamos que tener una gran cantidad de textos o corpus lingüístico que nos permitiera determinar regularidades e identificar sutiles diferencias.
Imaginemos un caso en donde alguien habla para realizar una amenaza. Se graba la conversación y se transcribe. Por un lado, la información de cómo está estructurado el lenguaje nos da pista de en dónde, y por extensión, quién podría estar detrás de la llamada. Por otro lado, el uso de los sonidos nos da otro grupo de pistas para cerrar el caso.
Una de las áreas que ha tenido un peso cada vez mayor desde mediados del siglo pasado es la fonética y fonología aplicada a trabajos forenses. Uno puede identificar huellas que un hablante común no se da cuenta. No sólo el acento (lo que supone una forma de despistar nuestro origen al tratar de cambiarlo) sino de un grupo de rasgos fonéticos que están presentes. Dos hablantes de español pueden tener dominio de la lengua, pero usan de manera distinta los fonemas, las unidades elementales del sistema fonológico. En habla espontánea y libre, esos rasgos se ven reforzados una y otra vez, por más cambio de acento que se quiera. Y aún más en situaciones en donde las emociones intervienen.
Otro de los usos de la fonología es la comparación de tono, espectros de sonido y las relaciones de estos con algún significado. No se ha podido llegar a un grado en el que se pueda determinar que una curva melódica esté relacionada con la mentira pero se han logrado determinar relaciones de estas con ciertas figuras retóricas (como el sarcasmo).
Habría que considerar que hoy en día existen muchos programas informáticos que pueden transformar el texto en voz, por lo que a veces aquella opción del trabajo fonético y fonológico no es tan pertinente. No obstante, sigue presente la elección de órdenes, pausas, muletillas, etc.
Sin duda fue una terrible conclusión para el joven Evans. Su caso sirvió para otorgarle mayor seriedad a otros métodos para obtener pruebas que puedan ser usadas para determinar la inocencia o culpabilidad de alguien. En México, esta disciplina aun es joven, pero con la incursión de los juicios orales podría tener un acelerado crecimiento.
No quisiera depositar mis esperanzas en nuestro sistema judicial. Es más, sería lo peor. No hay que esperar a que ellos resuelvan, sino seguir empujando desde las áreas, disciplinas y ciencias que puedan apoyar la justicia. Porque la justicia no está representada en una institución, sino en el ejercicio de cada uno de nosotros y nuestra voluntad de alcanzarla. La historia nos ha demostrado que las sentencias de aquellas instituciones, y de sus agentes, no son siempre las verdaderas ni las justas.