El pasado 17 de marzo se conmemoró el día de San Patricio. No faltó quien sostuviera que era irrelevante esa fecha para los mexicanos. A quién le importa una fiesta que no pertenece a nuestra cultura ancestral (
cofNavidadcof). En parte tenían razón, algunos festejan la fecha sólo por la fiesta misma ya que, remitiéndonos a Octavio Paz, como mexicanos nos entregamos por el festejo, la quinceañera, la boda, la despedida de soltero, etc. Para eso se vive y se trabaja. No obstante, pienso que hay otras razones por las cuales apreciar este día.
La fiesta de San Patricio se conmemora en relación con el final de los días fríos. En una columna anterior les platicaba sobre los Solsticios: momento del año en el que el astro rey, después de haber muerto, alcanzaría su contundente victoria un 21 de marzo. Resulta que el 17 de marzo está dentro de los márgenes de ese fenómeno astronómico. En esta fecha se realizaba una fiesta religiosa, primero pagana y luego cristiana; y hace poco más de un siglo se convirtió en una fiesta nacional en Irlanda.
En México, recordamos la hermandad con los pueblos irlandeses por su participación en el reconocido Batallón de San Patricio. Este grupo se unió a las filas mexicanas en la intervención estadounidense en 1848. Pero más allá de reconocer el apoyo contra los belicosos estadounidenses, hay un aspecto que me gustaría resaltar de estas fiestas.
En Baja California, una de las ofertas culturales y sociológicas más bellas es que fundamentalmente somos multiculturales. Baja California se resiste a una “identidad cultural”.
La adscripción a la nacionalidad mexicana, a partir de símbolos patrios y una cultura indígena como la maya o la azteca “no nos va”. Nuestro contexto natural y cultural es distinto al del centro y sur del país. No sólo por la frontera sino porque nos une otro tipo de arcilla.
Claro, México es una nación “multicultural”, pero hace muy poco que ha empezado a considerar esta característica. Llevamos arrastrando décadas de intentos por homogenizar la educación, la lengua y el IVA.
En Baja California se asentaron personas de muchas nacionalidades con sus propias costumbres. Somos el testimonio vivo de que, en un solo lugar, la convivencia entre seres humanos de distintos orígenes es posible. Somos una suma de culturas.
En una sociedad como la nuestra, altamente globalizada y con un Bruto como Donald Trump tratando de llegar a la presidencia, el llamado a la diversidad es urgente. Pero a la diversidad reflexiva, no reaccionaria (que luego hay casos como los de Yale University).
El baja californiano podría romper con la idea del nacionalismo. Enorgullecerse de una bandera no antes de enorgullecerse de su humanidad y su capacidad de fraternar. El orgullo a la región no puede estar por encima de mi aspiración a reconocer al otro, al distinto.
Indagar sobre distintas lenguas te permite ver la complejidad de cada uno de estos sistemas, que le romperían la cabeza a más de un computólogo. Caes en cuenta de que, cada cultura es fascinante. Cada una tiene un prisma que sólo ella puede confeccionar, y la única manera de que esa visión fuese más bella, sería contemplando varias de esas piedras preciosas al mismo tiempo.
Cada vez que festejamos una fiesta nacional que no es la nuestra, nos ayuda(mos) a recordar esa diversidad. Cada fiesta nacional es un momento para levantar el tarro y brindar porque reconocemos al otro; y en esta fecha, le toca a los irlandeses.