Se trata de un aviso a tiempo. Una advertencia. Así como está ahora, convertida en una extensión de la zona de tolerancia, la Playa Municipal no tarda en generar noticias lamentables. No tarda.
Durante los fines de semana cientos de personas, muchos de ellos menores de edad, recurren a la ingesta de bebidas con graduación alcohólica al amparo de una apatía oficial que se vuelve más que evidente. El ambiente, se quejan vecinos, se torna complicado, ruidoso, álgido. Inapropiado para el disfrute familiar.
La Playa Municipal es un espacio público y como tal, está sujeto a lo que establece el Bando de Policía y Buen Gobierno, en el sentido de que esta estrictamente prohibido el consumo de bebidas con graduación alcohólicas. Con más razón cuando son menores de edad los que infringen el reglamento.
La prevención, sostienen las autoridades, es el mejor camino para disminuir el índice de accidentes lamentables, o bien, la comisión de hechos violentos. Eso dice el discurso, en los hechos, la prevención es letra menospreciada.
La extensión de la Playa Municipal, un espacio acondicionado para el sano disfrute de las familias, opera actualmente como una cantina grandotota. Si, como una cantina grandotota con todos sus excesos.
Cierto. Lo que hoy pasa en la Playa Municipal antes sucedía en la plancha de concreta que administra la API, en el Mosquito, en las playas cercanas al Conalep, o en el Catalina, por recordar solo algunos lugares.
Pero eso no debe servir de pretexto para que las irregularidades continúen. Claro que no.
En bares y centros nocturnos de la ciudad se prohíbe el ingreso de menores de edad. Las sanciones son altas para los establecimientos infractores y si hay reincidencia, cabe la posibilidad de cancelar los permisos.
Pero en los espacios abiertos y considerados como públicos, la rigurosidad de los reglamentos no aplica. Es otro el criterio, otra la actitud oficial.
Insisto se trata solo de un aviso a tiempo. Una advertencia nada más.