Cuando andas de aventurero entre lenguas no puedes evitar toparte con palabras que suenan muy parecidas entre ellas, y además con el mismo significado.
Con gusto identificas que, en muchas lenguas “alcohol” se dice de la misma manera. O, partiendo de alguna otra necesidad, “agua” resulta ser una palabra muy prominente: en italiano se dice aqua, en gallego agua, en catalán aigua, en Ido aquo, en occitano aiga, en papiamento awa o en portugués agua.
Una de las primeras palabras que aprendí al estudiar lingüística fue el término “cognado”. Su etimología proviene de dos vocablos: cog- “con” y natus “nacer”, “nacimiento contiguo”. Se refiere a palabras que tienen un mismo origen pero que fonológicamente son distintas; y por distintas me refiero a apenas algunos cambios distinguibles. Los cognados son las primeras pistas para emparentar e identificar la evolución de las lenguas. Por ejemplo, en las lenguas yumanas se puede encontrar que todas ellas coinciden en ciertos sonidos para nombrar "agua":
Havasupai ‘ahá’a
Walapai há’
Yavapai ‘ahá’
Mohave ‘ahá
Maricopa xá
Quechan ‘axá
Cucapá xá
Diegueño (kumiay de EEUU) ‘axáa
Tipai xá
Paipai xá
Kiliwa ha’
Con una lista así, se puede plantear la hipótesis de que están emparentadas; pero como toda hipótesis, tendrá que ser puesta a prueba con otras palabras, construcciones, y otras explicaciones. En el caso de las lenguas yumanas, han pasado ya suficientes pruebas como para asegurar con bastante certeza de que se trata de una familia lingüística y de que tienen un origen común. Basta decir que esto pasa también en las lenguas europeas.
Los cognados también nos permiten aprender el léxico de otras lenguas de manera más rápida e intuitiva. Además, palabras como padre en español, father en inglés, vater en alemán o pére en francés, nos permiten distinguir no sólo un origen común sino parte de la historia de esas lenguas.
Por un lado, para aquellos que, teniendo el inglés como primera o segunda lengua, se hayan embarcado en la aventura de aprender alemán, se darán cuenta de que hay muchas palabras similares. Tal vez varían en su ortografía, pero no tanto en sus sonidos. Esto permitió distinguir, en su momento, que en el pasado existió una lengua proto-germánica occidental hablada por antiguas tribus.
Se deduce que hace mucho tiempo, a causa de distintas migraciones, estas tribus se dividieron. Unas cruzaron el Mar del Norte, con dirección a las islas británicas, mientras que otras se mantuvieron en el continente. Quince siglos después fue posible distinguir variantes de inglés en las islas británicas, mientras que en el continente se desarrollaron distintas variantes de alemán. Dos lenguas, bastante diferentes entre ellas, pero con un origen distinguible.
Las familias lingüísticas, de la misma manera que las redes familiares, pueden plasmarse en árboles genealógicos, los cuales pueden ir integrando miembros conforme se va investigando su pasado. Esto nos permite identificar tanto que el inglés y el alemán son lenguas “hermanas”, como que el español, italiano, portugués o francés son lenguas hermanas entre ellas y primas de las lenguas inglesas y germánicas. Todas estas lenguas comparten parientes, y un ancestro común que es el latín.
Pero el español y el francés, por ejemplo no pertenecen a la familia germánica. Ellos tienen su propia familia, la romance.
Anécdota lingüista: en el aeropuerto, cuando me pidieron mis datos, me preguntaron mi profesión. Dije “estudiante de lingüística”, a lo que el oficial, evidentemente hablante de inglés, me preguntó en español: “¿me puedes decir alguna lengua romántica?” Tratando de ser lo más cortés posible, le respondí: “¿querrá decir romances?” El oficial me sonrió y me dijo “¡ah!, tú si sabes” y me dejó pasar. Yep.
Las dos familias lingüísticas, la romance y la germánica, están emparentadas por un ancestro común: la legendaria lengua proto-indoeuropea. Se calcula que esta lengua fue hablada hace aproximadamente 6 mil años por tribus que habitaron cerca del Mar Negro. De ahí, migraron hacia otras zonas tanto al Norte, Sur y Oeste del viejo continente. Conforme se separaron, también fueron perdiendo contacto entre ellas y empezaron a cambiar hasta convertirse en las lenguas que conocemos hoy en día.
En su momento, cuando se propuso por primera vez el proto-indoeuropeo, y sus respectivas ramificaciones, hubo mucho rechazo. Por un lado, plantear una proto-lengua tiene el problema de hablar sobre algo de lo que no se puede tener pruebas. Las proto-lenguas existieron hace milenios y se transformaron, dejando de ser lo que eran. Científicamente, la aproximación a estas hipótesis no es más que deductiva: se establecen procesos de cambio, muy comunes en las lenguas del mundo; procesos que podemos verificar en archivos actuales. Después, ya que estos procesos parecen ser mecanismos “universales”, se usan para explicar por qué, por ejemplo, el español mantuvo la p en padre, pero el inglés cambió a f.
Otra razón del rechazo era la mezcla de razas. Para los creyentes de las razas divinas, pensar en que había un ancestro común era sacrilegio. ¿Cómo se podía estar emparentado con los celtas, galos, árabes o fenicios? Distintas en costumbres y, válgame, en religiones. Controversia que ha atravesado nuestra historia como lanza. Herida perpetuada en el principio: si no te entiendo a la primera, sencillamente no haré el esfuerzo de entenderte, de buscar en qué sí nos parecemos.
Tardamos un par de siglos (o milenios) en que un grupo de filólogos y lingüistas tejieran nuevamente el tapiz, que reconectaran las familias. Con ello reafirmaron lo que muchos sospechaban a pesar de las diferencias: somos una misma tribu, integrantes de una gran familia.
En otra columna traté sobre el número dos en el proto-indoeuropeo, le puedes dar un vistazo dando click aquí.
Referencias:
Campbell, A. W. (1968). A comparative study of yuman consonantism. Mouton: The Hague.