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Tubutama, Sonora

Remembranzas del Dr Jesús Márquez Montaño

  
Nota publicada el 24 de noviembre de 2016
por Rafael González Bartrina

En mi reciente viaje por diversas partes del norte del vecino estado de Sonora tuve la oportunidad de visitar, entre otros muchos lugares el Rancho Puerto Blanco, de don José Méndez en las afueras de Caborca, Sonora, así como el poblado de Trincheras. Hube de compartir información sobre nuestras visitas y recorrido a lo que mi buen amigo y primo de mi esposa el Dr. Jesús Márquez Montaño me hizo una oportuna y atinada invitación para que visitara el poblado de Tubutama, a unos cuantos kilómetros al norte de Altar. Ya hemos tenido el gusto y la oportunidad, anteriormente de visitar ese lugar. Ahí fue donde se estableció don Lauro Vélez y doña Margarita Redondo abuelos de mi esposa, y de Chuy, igualmente; habiendo establecido el molino harinero a las márgenes del río y con sembradíos de toda clase de árboles frutales. Con tristeza le comente a Chuy que en este viaje había decidido omitir nuestra visita a Tubutama debido a la alta inseguridad de que prevalece en esa región por parte del crimen organizado. A continuación quiero compartir, integro el comentario de Chuy al respecto.

“Que tristeza, me duele, tengo puros bellos y como ves, inolvidables recuerdos de mi niñez, muy alegres. A caballo bajábamos por los peñascos o por el otro lado, íbamos a “la otra banda”, a la milpa. Chico Julio, "el Reliz"; en una ocasión mato a una víbora con las espuelas, mientras barbechaba en la milpa. En otra ocasión le tirábamos con resortera a los alicantes (tipo de víbora) que se colgaban de los árboles después de llover. Me enseño los panales de abeja, también en los árboles, las tarántulas enormes: sacábamos tortugas de las cuevas y las preparaba riquísimamente su compañera la Tía Juana, mujer que me consentía. Por primera vez, también, mi tío me enseño un corazón de tortuga, se lo puso en la mano y me dijo “fíjate como sigue latiendo solo”. Tomábamos agua con jícara, me lavaba la cara con bandeja, abajo, había un pichel con agua. El piso era de tierra, bien limpio. La estufa de leña. También ahí calentaban unas planchas pesadísimas. Por la ventana se colaba un aire refrescante. Veía al Chico Julio cortar leña y me prestaba el hacha indicándome los cuidados necesarios. El café de talega. Me creía mucho en mi caballo pinto. Como me gustaba ese caballo, ya después andaba a pelo y con puro cabrestro. Iba a la iglesia y entraba, me quitaba el sombrero y me gustaba mucho el sonido de las espuelas, por eso me las ponía. Iba a la tienda de Mendoza a escoger algún sombrero nuevo. Recuero del atole de Tápiro, la sopa de tortuga, el cocido de gallina pinta, las tortillotas. El jamoncillo de Ures, las melcochas, los frijoles, carne que llevaban de “La Sangre” cuando mataban. Juagaba a las canicas con unas bolitas rojas que no recuerdo su nombre que era el de un fruto.

El sonido de los cascos de los caballos al subir por los peñascos. La primera vez que comí tunas: me dieron un palo largo que en la punta tenía un bote. Con ese utensilio casero en la mano, me dijeron que fuera por tunas. Baje muchas, pero me las comí con todo y alhuates. Afortunadamente acababa de llover y las tunas no tenían muchos alhuates. Fui la risión del pueblo. Cada vez que iba a Tubutama, ya de grande, me decían: “¿te acuerdas Chuyito cuando te comiste las tunas con alhuates?” ¡Que días tan hermosos!, también comía berros, los arrancaba en la rivera del rio.

La iluminación con lámparas de petróleo y regulábamos la mecha. Me gustaba esa esa luz.

Recuerdo los nombres de la Enedina, el Yaqui, el Chino Asen, la Tía Magui, Las Luna, Artemio, La Malena, La Cuca, Austeberto, y tantos más que se me escapan. Ya empiezan a escaparse muchas cosas. Las historias, las leyendas, las verdades, las no tanto. Las tardes en la orilla de la calle contando chistes que yo sabía y ellos no, recuerdo que me los festejaban mucho y me hacían que los repitiera.

El dulce de membrillo de mi tía Magui, el mejor. Las quesadillas, los conejos, las liebres, las ardillas, que lastima Rafael, que lastima.

Solo estaba evocando, sin orden, algunas imágenes de esa época, motivado por tu comentario, realmente me lastimó, aunque lo había escuchado, como que ¨me pegó ¨ ahora que lo mencionaste. En realidad faltan tantas cosas, sobre todo cuando nos llevaba mi papá, después mi nino Nando. Fíjate, ese anuncio de sombreros Stetson, donde el vaquero le da de beber agua a su caballo, agua que con el sombrero toma del rio, eso lo viví antes de ver el anuncio, que también era el forro de los sombrero con mi querido tío, José María Montaño Gastelum. Cabalgaba casi siempre con una mano en la cintura, preferentemente la derecha. Algunos me dicen que era porque le dolía el hígado. No sé. Faltan Tantas cosas. Precisamente ahí en Magdalena siempre íbamos a levantar a San Francisco, para pagar una manda que mi mama le prometió por mi recuperación de alguna enfermedad que la asustó mucho. Por cierto que ella jura y perjura que Padre Kino no está ahí en Magdalena, dice Que está en Tubutama”

Aquí termina el relato. Como es fácil de apreciar el gran cariño que Jesús Márquez le tiene a Tubutama es evidente.

Es más que triste que muchos de los lugares que están en la ruta de los malandrines, sean sumamente peligrosos para los viajeros que se aventuren a transitar por ahí.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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