Para comprender el presente, hay que conocer y aceptar el pasado. Quien no mira atrás difícilmente entenderá el presente y no podrá construir su futuro.
Así se hablaba sobre el periodismo en tiempos del porfiriato. Esta semana comparto un texto que apareció en Mundo Ilustrado, en 1897.
Cuando la humanidad estaba en la infancia, las noticas se propagaban por medio de grandes cuadros de papel que se llamaban periódicos, en lugar de que se refirieran sencillamente de viva voz con los fonogramas, que ahora nos las comunican minuto a minuto. Primeramente las escribían con gran fuerza de pormenores, generalmente bobos; y luego una vez escritas, obreros especiales recortaban el papel en pedacitos y recomponían de nuevo el manuscrito en caracteres movibles, para lo cual tomando letras en la mano, de una en una. Conforme esta composición servía luego para imprimir el periódico. Ya puede considerarse la pena y el tiempo que se necesitaba invertir en ver lo que hacía falta.
Si se hubiera limitado a esparcir así las noticias no tendría nada de extraordinario y demostraría solamente cuan atrasada estaba la humanidad en aquellos tiempos lejanos; pero no es esto simplemente lo que sucedía, pues cada cuadrado de papel tenía un nombre y se enviaba todos los días a algunos millares de lectores que pertenecían a tal o cual partido político; y en lugar de darles las noticias diciendo las cosas como eran, cada partido se esmeraba en interpretarlas y falsificarlas según juzgaba más conforme a sus intereses.
Llegaban a este fin con una cosa que llamaban artículos. Los empresarios de periódicos confiaban el cuidado de confeccionar estos artículos a ciertos obreros especiales, de los que algunos habían adquirido una gran habilidad en este género de trabajo. A propósito de cualquier cosa se fingían sentimientos de una extremada violencia, se insultaba a los adversarios y se prodigaban elegíos a aquellos que se querían sostener en el poder.
No solamente se dedicaban los artículos a las cuestiones políticas sino a todo lo que le podían interesar al público en aquellos tiempos, como literatura, teatro, bellas artes y ciencias, pues hasta los pobres se atrevían hablar de estos temas.
La acción del periodismo se extendía a todos los hechos de la vida privada de la personas y como era necesario llenar todo cuadrado de papel se recopilaban toda clase chismes, todas las faltas, todos los escándalos y este trabajo se lo confiaban a los aprendices a quienes se llamaban ¨reporters¨, los dueños de los periódicos eran el alma del periodismo y alcanzaban posiciones sociales, políticas y económicas que eran más influyente que los propios políticos en el poder, y amansaban grandes fortunas. Tal era la credibilidad de los periódicos que eran temidos por cualquier persona en el poder o socialmente solvente. Un grabado escandaloso daría mucho dinero para no publicarse o publicarlo según el partido y obtenían grandes cantidades por ambos lados.