En el verano de 1952, un par de meses antes de que yo cumpliera 9 años fui inscrito en una especie de “curso de verano” en lo que entonces era la parte posterior de la Parroquia del Centro, que después supe se llamaba la Parroquia del Purísimo Corazón de María. Diariamente caminaba con mi madre desde la colonia obrera Calle Segunda y Soto hasta la iglesia en la Avenida Obregón y calle Tercera. Ese verano terminaba el quinto año en la Escuela Matías Gómez y me preparaba para entrar a la nueva escuela primaria Colegio Ensenada a menos de una cuadra de distancia de mi casa. En los mencionados cursos de verano se intentaba dar un refuerzo general. Al terminar la sesión, por eso de mediodía terminábamos con las lecturas educativas y se nos hizo la invitación a quienes quisiéramos, regresar por la tarde y compartir con un grupo de jóvenes en lo que después supe se llamaba la ACJM.
Es las reuniones de la ACJM se inculcaba la conciencia cristiana y religiosa y a la vez se desarrollaban diversas actividades. Yo me incline por tomar aprendizaje en el juego de futbol. Recuerdo haber tenido algunas prácticas y quizás algún juego formal en un campo de pasto que había cerca de las dunas de atrás del Hotel Playa, creo recordar que mencionaban que ahí se jugaba o se había jugado futbol americano.
Quedaron sembradas las semillas de convivencia juvenil, espiritual, educativa y deportiva, que hoy a 65 años de distancia aún recuerdo con afecto.
Un año después terminaba la escuela primaria. A la tierna edad de 11 años ingresé a la Escuela Federal 322-2, que posteriormente cambio a su actual nombre Secundaria Héctor A. Migoni Fontes. El profesor Migoni era el director, con mano de hierro y con razón, ya que era en una institución académica-militar.
A principios de 1955 el profesor Migoni se dirigió en forma personal y muy discreta a un cierto número de estudiantes, yo, incluido. Nunca supe que fue lo que motivo, en el, que yo fuera uno de los recipientes de una invitación. Era en concreto para visitar en grupo una asociación que se llamaba (¿se llama?) AJF, en las instalaciones de la Logia Masónica de Ensenada. Creo que la cita era el siguiente día, martes o miércoles a eso de las 6 o 7 de la tarde. Yo eche en saco roto la “invitación” y no dije nada en casa, por lo tanto, no asistí a la primera reunión. Al día siguiente fui mandado llamar a la dirección de la secundaria y el profesor Migoni quien en tono estricto me indico, sin dejar lugar a dudas, que no era mi “opción” aceptar la invitación. Que era en realidad una distinción y que debía de asistir, puntualmente para la siguiente reunión.
Nunca pregunte ni trate de averiguar que era la AJEF (después supe se refería a Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad) o de que se trataba. Mi padrastro, don Vicente Ferreira, ya me había amonestado rigurosamente mi falta de probidad al no haber cumplido con las indicaciones, Así que, llegado el día, puntualmente fui llevado hasta el centro y me encontré, de pronto, ojos vendados y sigilosamente guiado a través de misteriosos senderos y siendo parte de una serie de rituales secretos. Nunca, en realidad, llegue a comprender el significado de la secrecía y tradicionales signos de saludo y gestos de intercambio de mensajes. Asistí a unas cuantas sesiones y, creo que después de las vacaciones de primavera ya no volví a acudir por flojera más que por otra cosa.
El entonces Santuario de Guadalupe estaba en construcción y Fray Felipe de Jesús López Ávila era, creo el padre al mando ahí. A Fray Felipe lo trate algunas veces. Creo que me toco confesión con él en un par de ocasiones y cuando lo encontraba, me traicionaba el subconsciente pues “él lo sabía todo” y quizá por ello nunca me acerque a buscar una verdadera amistad.
Debe de haber sido poco antes de terminar el año escolar e iniciar el verano, cuando un domingo, atendiendo misa con mi madre en el Santuario, y Fray Felipe en su sermón que hace una especial mención a ese “club diabólico” y no sé qué tantas otras cosas , “que se llama “AJEF” donde los masones están pervirtiendo a nuestra juventud”. Su sermón duro una eternidad, para mí, y yo queriendo que la tierra me tragara, pues los codos, muy discretos de mi madre y sus miradas ocasionales me hacían ver que YO había hecho algo mal, pero YO no lo sabía. Recuerdo que para terminar el sermón, Fray Felipe sentencio con voz sonora y firme que “todos aquellos descarriados hijos de Dios que eran asistentes de esas satánicas reuniones, desde ese momento “quedaban excomulgados”
La mente infantil-juvenil tiene un muy corto espacio de retención y nuevas experiencias y circunstancias llegan y ocupan memorias más recientes.
Paso el tiempo y seguí mis estudios fuera de Ensenada. Nunca más tuve contacto formal con ninguna de las dos organizaciones de jóvenes. A Fray Felipe lo encontré muchos años después en el Templo de San Francisco en Guadalajara, ya su memoria muy enferma no le permitió ni recordar ningún detalle particular de su estancia en Ensenada.