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Ruleta sexual

En serio… hablemos de sexo seguro y protegido

  
Nota publicada el 8 de febrero de 2017
por Rocío Linares

Desde el 2013 se ha dado a conocer una práctica sexual propia de la adolescencia que empezó en Colombia y en estos días han surgido testimonios en Europa. Ha llamado la atención por la gran cantidad de riesgos y retorcimientos del sentido de la sexualidad que en ella se conlleva. Estamos hablando de la ruleta sexual.

El juego, también conocido como “muelle”, consiste en que los participantes con edades promedio entre los 13 y 16 años, después de haber consumido variadas cantidades de alcohol o drogas y con al menos el pene erecto y descubierto, se sientan o acuestan en círculo o en fila para que las chicas, desnudas de la cintura para abajo, fuercen la penetración y tengan relaciones durante 30 segundos cronometrados donde al terminar las chicas se levantan y rotan para medir sucesivamente otros 30 segundos y volver a rotar. El primero en eyacular pierde. El último en hacerlo y la chica que lo logre, son los ganadores. ¿De qué? De nada que no sea, en el caso de los chicos, la “diversión” y el coronarse socialmente como “el más aguantador-macho”. En el caso de las chicas realmente no hay mucha evidencia de las recompensas, pero podemos analizar lo siguiente.

Como sabemos, la adolescencia es una fase del desarrollo en donde la identidad está por terminar de construirse, y esta característica es un motor para querer encontrar aquello con lo que nos queremos quedar, a lo que nos queremos dedicar, lo que deseamos y lo que a final de cuentas nos define. Dado que en esta época no hay nada escrito en piedra al respecto, somos aun mucho más vulnerables a la presión social que en otras épocas, si es que algún día superamos esta parte de la etapa. Por esta característica, la presión social puede ser abrumadora, pues es un parte aguas entre el hecho de ser aceptados o rechazados por su círculo de pares.

Se ha dicho que esta práctica no es una moda muy establecida entre los jóvenes, pero si existen noticias donde se menciona que se ha esparcido desde Colombia a otros países latinos y de Europa. Además, no hay una manera eficiente de comprobar que tan arraigado está este fenómeno, pues obviamente los y las adolescentes suelen ser reservados frente a los adultos en cuanto a los riesgos que verdaderamente corren.

¿Cuáles son los riesgos más allá de la no aceptación social? Parece obvio hablar de infecciones de transmisión sexual primero, pues es una práctica que obliga a la promiscuidad y aun si los chicos usan condón, las chicas tienen contacto con los fluidos sexuales de todas las participantes, lo cual es un riesgo inminente para ellas y opcional para ellos en caso de que usen preservativo. Sin embargo, el juego originalmente es sin condón y es parte de la diversión, por decirlo así. Por lo tanto, las probabilidades de que ellos estén en menor riesgo es verdaderamente muy poca.

A esto hay que agregar otra obviedad que es el embarazo no deseado, pues la educación de la sexualidad que se les ofrece a los y las adolescentes es muy pobre en muchos aspectos, pero especialmente en este. No es que no sepan sobre anticonceptivos, no es que no tengan las nociones mínimas para usarlos. Es algo que va ligado con el discurso higiénico y conservador con el que de repente solemos hablarles sobre la sexualidad.

Hablamos de noviazgo, de relaciones sexuales consensuadas, de amor y todo esto está bien, pero se nos olvida que la creatividad humana da para llevar los riesgos aun más al extremo.

Siendo así, no es raro que aparezca recurrentemente el caso de una adolescente de 14 años que se embarazó jugando, no sabía quién era el padre y además reportaba no saber que se podía embarazar con la ruleta rusa. En esto podemos suponer que los limitados contextos que les damos alrededor de la relación sexual se quedan algo cortos, que además cabe la posibilidad de que no hizo eyacular a nadie y por tanto no creyó poder salir embarazada, y un montón de detalles más de los que no tenemos certeza.

Otro riesgo para ellas es el desgarro del tejido vulvar y vaginal, pues el juego indica forzar la penetración sin ningún tipo de preparación o excitación para ellas y durar 30 segundos con cada compañero, lo cual no da tiempo de que exista una lubricación refleja al menos. A esto se le agrega el mensaje paradójicamente conservador para ellas de que la relación sexual es para el goce de los muchachos, porque mientras ellas están adoloridas, haciendo la parte activa de la relación coital, por tanto cansadas, y siempre rotando mientras los chicos solo esperan a la siguiente en la fila. Con esto, nuevamente nos acercamos a los estereotipos y la violencia de género que luego dicen que no existe.

Otras consecuencias son: la perpetuación de la violencia; las disfunciones sexuales en chicos que no saben mantener la erección o aguantar la eyaculación un tiempo suficiente para mantener una relación sexual promedio con una sola pareja; los problemas de salud asociados a los desgarros en las chicas que pueden ir acompañados de una disfunción sexual llamada vaginismo, que es la contracción involuntaria de la vagina que impide la relación sexual al anticipar una situación dolorosa o traumática; la búsqueda de otras situaciones más arriesgadas y estimulantes por la desensibilización que conlleva una práctica como esta, haciendo que ya lo que es común o esperable no sea atractivo; y por ultimo pero no menos importante, el abaratamiento de las relaciones amorosas y sexuales que vuelve a los seres humanos objetos desechables que se usan y se cambian cuando ya no son satisfactorios.

Cuando hablamos de sexo seguro (consensuado y responsable) y de sexo protegido (que lleve de por medio el uso de cualquier barrera protectora contra infecciones de transmisión sexual), lo hacemos justamente para evitar todo este tipo de situaciones en donde desde luego las drogas, el alcohol y otras sustancias no tienen lugar, pues obviamente sin todos estos estímulos, las posibilidades de que las personas jueguen de esta manera se reducen mucho.

A esto podemos agregar que la autoestima y la autoimagen (aunque suene a curso de psicología de la secundaria) tienen un papel muy importante como factores de protección hacia toda práctica riesgosa durante la adolescencia y después de ella. Por ello es necesario que dentro de lo posible estrechemos los lazos entre adultos de confianza, padres y adolescentes, pues aunque nos pueda parecer imposible saber qué hacer en estos casos, abrir las puertas de la comunicación es siempre un buen primer paso.

Uno muy difícil y largo, por lo cual debemos empezar mucho antes de que lleguen a la adolescencia que para esto comienza a los 10 años de edad.

Rocío Linares. Licenciada en Psicología UABC. Maestra en Sexología Educativa, Sensibilización y Manejo de Grupos IMESEX. rociolj84@gmail.com
 
 

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