Nació el 15 de septiembre de 1952 en Ensenada, Baja California. Murió el 28 de septiembre de 2017 también en Ensenada.
Sesenta y cinco años y trece días. Siete palabras, frías, numéricas, insensibles. Quizás, más entendidas en el idioma de los científicos, aritméticos, por hombres de números e inclinados a las cifras descriptivas. Para mí, son simplemente el colofón injusto de una existencia terrenal de un ser de cualidades, talentos, pasiones, aptitudes y dedicaciones como no he conocido a nadie más.
Nacimos separados por casi, casi nueve años. Nacimos, yo primero y el después. Fue mi hermano menor, quien al fin de su metamorfosis se transformó en mi hermano mayor. Y lo demostró con bastedad. Ya con libros, ya con números, ya con hechos o ya, simplemente con esa mirada de profunda sabiduría. Aun, hoy, en plena conciencia de su partida definitiva, del mundo físico, me traiciono constantemente al encontrar en cualquier incógnita, mi primer impulso, antes, incluso de buscar la explicación en los medios electrónicos, es pensar que Vicente sabe la respuesta.
Muchas son los recuerdos y las impresiones positivas que dejo Vicente en sus compañeros de trabajo, en sus alumnos, en sus amigos. Huellas indelebles de una trayectoria limpia y constante en el trato amable y considerado. Quienes se acercaron a él encontraron siempre quien escuchara sus dudas y, encontraron, también, sino la respuesta que esperaban, si la respuesta que Vicente defendería como correcta. Una palabra que define su vida. Respuesta. Todos quienes se acercaron a él, la obtuvieron, siempre.
El vacío que dejo es comprensible, inaceptable, pero comprensible. Un hombre que hizo tanto sin pedir nada a cambio. Educó, guio, inventó, investigó, aconsejo, improviso, como el mejor.
El sereno mar de El Sauzal, recogió sus cenizas, ramas de olivo, nueces de macadamia, flores y lágrimas de su esposa e hijos y de nosotros; mi esposa y yo.
Un colofón injusto.