Me llego vía WhatsApp. Como a muchos, como a miles.
Y me bastaron unos segundos para ponerle alto. - No seas zacaton, termina de verlo-, me dijo el remitente.
Pero no. Le dije que no. Y es que no me resulta nada grato ver cómo le desprenden la vida a un ser humano. Aún sin conocerlo!
Entiendo y acepto a la muerte como complemento de la vida, pero nunca bajo tan horrendas circunstancias.
No es lo mío, pues, alimentarme de morbo o del sufrimiento ajeno.
Ese mensaje que me llego en formato de video luego se hizo viral. Rápido. Las redes sociales lo acogieron y miles lo reprodujeron.
Y miles lo compartieron. Y miles lo comparten.
De pronto, el desprenderle la piel y luego el corazón a un sujeto amordazado se convirtió en un espectáculo cruento; un circo horrendo que avivó el morbo y el desprendimiento de sensibilidad.
Un mensaje entonces cargado de crueldad, pero también de realidad. De esa realidad que nos desnuda como sociedad.
De esa realidad que nos descubre la doble cara. La doble cara que nos inyecta indignación ante la muerte violenta de un joven mujer, pero que a la vez nos alienta a disfrutar del dolor ajeno.
Es esta dualidad, entonces, la que nos evidencia como una sociedad que se carcome, que se tambalea sobre cimientos inestables .
Reclamamos freno a la inseguridad y al tiempo hacemos apología de lo violento.
Instamos terminar con la corrupción, pero por la espalda si se puede transamos.
Demandamos políticos honestos y nuestro fanatismo le abre el camino a gobernantes de pasados oscuros.
Ciertamente el entrampe en el que nos encontramos como sociedad, no es ni gratis ni obra de la casualidad. Es consecuencia. Eso es.