Cuando una persona fallece se le identifica y, en la mayoría de los casos, se lamenta su partida y se ponderan sus aportes en vida.
Y es que detrás de cada persona que muere hay una historia. Una historia que, en la mayoría de los veces, es justo y necesario de subrayar.
Y es que cada pérdida duele, cala, lastima; es la despedida de un ser querido, entrañable, necesario.
Por eso no termino de entender, porque no identificar con sus nombres y apellidos a las más de 100 personas que han perdido la vida ante el Covid-19 en nuestro municipio.
Porque dejarlos en simples números?
Porque no saber de sus vidas, de sus hechos, de sus sueños y aspiraciones?
Si hasta al peor de los delincuentes se le identifica al morir, porque entonces no hacerlo con los ensenadenses que han sucumbido frente a la pandemia?
Y es que las víctimas del Covid-19 no fueron criminales atroces, para no merecer siquiera recordarlos.
Ni sus familiares, los que hoy aún les lloran y recuerdan, ciudadanos de cuarta como para no ser merecedores de un abrazo solidario.
Es una mentira que las identidades de las víctimas del Covid-19 no se hacen públicas, para no dañar la integridad de sus familiares.
Y porque se les tiene que dañar?
Más daño se les hace ignorándolos.
Y cómo si se sabe la identidad de los personales públicos, que se han contagiado y perdido la vida ante la enfermedad?
Necesitamos, pues, saber de las historias de vida de nuestros fallecidos, recordarlos y reconocerlos; ratificarle a sus familiares nuestro apoyo y solidaridad.
Y es que el próximo puede ser cualquiera de nosotros. Una víctima más que termine siendo un número simplemente.
Un número frío que alimente estadísticas.
Un número insensible, que igual sepulté un pasado, empañe un presente y corte de tajo aspiraciones.