Desde el 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió los probióticos como microorganismos vivos que, cuando son suministrados en cantidades adecuadas, promueven beneficios en la salud del organismo anfitrión. En nuestro caso, ellos permanecen activos en el intestino en cantidad suficiente como para alterar el microbiota intestinal, tanto por implantación como por colonización, madurándose de esta forma el sistema inmunitario intestinal, que protege al cuerpo de los agresores patógenos.
De hecho, en 2014, la OMS publica una serie de aclaraciones para el uso adecuado del término probiótico:
• Los microbios deben estar vivos en una cantidad adecuada cuando se administren.
• Las cepas deben identificarse genéticamente, clasificarse utilizando la terminología más reciente y designarse con números, letras o nombres.
• Se deben realizar estudios de tamaño y diseño apropiados para designar una cepa como probiótico y usar la cepa(s) en el hospedero al que están destinados los probióticos (humanos, ganado, animales de compañía, etc.).
• Las cepas que se ha demostrado que confieren un beneficio para una condición pueden no ser probióticas para otra aplicación.
• Las cepas que son probióticas para humanos pero que se utilizan en estudios con animales deben designarse claramente como probióticos humanos en pruebas experimentales.
En la actualidad, organizaciones como ISAPP (Asociación Científica Internacional para Probióticos y Prebióticos), ha dado a conocer que muchos alimentos fermentados como los yogures frescos, el kéfir, el jocoque, el chucrut y el kimchi son beneficiosos para nuestro sistema inmunitario intestinal y al mismo tiempo, son ricos en sabor.